miércoles, febrero 22, 2006

Anotación en La Habana


El malecón

12-02-06:

La Habana está hoy fría y lluviosa.

En La Habana la brisita nupcial de la metáfora es hoy un viento furioso que no se deja definir.

En La Habana hay un infante difunto que yo recuerdo frente al sitio donde estaba el solar de su novela interminable.

En La Habana vive un poeta entrañable y lúcido llamado Efraín Rodríguez Santana a quien anoche conocí gracias a mi amigo Gonzalo Ramírez (no éramos tres tristes tigres, pero en un momento los tres nos sentimos más tristes que tigres).

En La Habana un escritor español, Isaac Rosa, pasea su sencillez por el castillo donde antaño otros pasearon su arrogancia.

En La Habana está hoy Joaquín Sabina. En La Habana valen más cien Sabinas volando que un Joaquín en mano.

En La Habana Abel es un gato volador y no sólo un ministro de cultura.

En La Habana una ola inmensa sobrepasó el muro del malecón y cayó con toda su fuerza sobre el taxi que esta tarde me trasladaba al hotel (nos salvó el alma de Lezama).

En La Habana ya no está el gozador de la calle Obispo, pero su sombra sigue en las esquinas bailando El Manisero.

En La Habana vivió la Macorina (mi mirada la busca, mi corazón la busca y ella no está conmigo).

En La Habana las voces del Parque Central recrean todas las tardes la historia del béisbol. Una de esas voces, defendiendo al Duque Hernández, acaba de sentenciar: “El que es bueno es bueno aunque venga de Marte”.

En La Habana, Lezama. Definitivamente en La Habana pertenezco al curso délfico que habita en Trocadero 162.

En La Habana, como siempre, la mar violeta añora el nacimiento de los dioses.

martes, febrero 07, 2006

Octavio Paz y la desconocida


Octavio Paz

04-02-06: Los pájaros tienen su fiesta esta mañana. Todos cantan.

Ayer en mi clase de Literatura leí y comenté los textos que los alumnos escribieron a partir de El Aleph. Casi todos se referían a recuerdos personales. Me llamó la atención el hecho de que ese ejercicio hasta ahora sólo lo han hecho las mujeres. Ningún alumno ha entregado el trabajo. Al final les leí unas páginas del prólogo de Octavio Paz al tomo de sus escritos juveniles, el maravilloso prólogo titulado El llamado y el aprendizaje. La imagen de la desconocida, o mejor dicho, del acto infantil de escribirle una carta a la desconocida y dejársela en un buzón, todavía gravita en mí. Y también la otra imagen: la del escritor que aguarda por años la respuesta de la desconocida, siéndole fiel a ella y al niño que ese escritor fue alguna vez. Y por último, el azar objetivo de Breton, la conmovedora imagen del encuentro de Octavio Paz con la desconocida: el momento en que la destinataria de su carta aparece encarnada con el bellísimo nombre de Marie José.

El amor imaginario de mi infancia tenía un nombre. No le escribí nunca una carta como hizo el niño Octavio Paz. También para mí era la desconocida, pero tenía nombre: se llamaba Naya. Yo le decía “Mi naya”.