miércoles, septiembre 24, 2014

Esto no es una reseña


David Markson
 
Paseo por las páginas de Esto no es una novela de David Markson y siento que la podemos ir armando a nuestro arbitrio. Podemos también imaginar otra novela, la que está escrita entre líneas, cuyo hilo conductor es la muerte y que tiene como personaje principal al Escritor mismo. También podríamos aceptar literalmente el título y no andar buscándole proyecciones. Al fin y al cabo, proviene de Magritte y ya Foucault se encargó de hacernos el trabajo.
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Markson lee partidas de defunción y las resume en una línea, sólo para indicar la causa de la muerte de escritores, artistas, filósofos e ilustres personajes. A veces es preciso: “Boris Pasternak evidentemente murió de un cáncer pulmonar que se había extendido hasta la zona del corazón”. Otras, se remite a la conjetura: “Giambattista Vico murió de lo que parece haber sido Alzheimer”.
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David Markson juega con la intriga: 

Unos doce años después de ‘Berlin Alexanderplatz, viviendo de limosnas como refugiado de guerra en Californa, Alfred Döblin se postuló para una beca Guggenheim. Con una recomendación de Thomas Mann.  

Adivinen”.
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Encuentro que Luisana había marcado esta cita, mucho antes de junio de este año: “La vida consiste en lo que una persona se pasa el día pensando”. Es de Emerson. Presumo que Luisana tuvo una premonición… 

Adivinen, argentinamente adivinen.
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Markson gusta de las travesuras y de ciertos dardos literarios. Así, a propósito de la muerte de Dylan Thomas, menciona “los versos incomparablemente horribles de Kenneth Rexroth”, de quien sabemos por el mismo Markson (¿quién más?) que “murió de un ataque al corazón”.  

A la memoria de Dylan Thomas, Malcolm Lowry y Markson libaron con ginebra y dijeron: 

“Muerto el sábado.
 Enterrado el domingo”.
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David Markson fue admirador y amigo íntimo de Malcolm Lowry. De él tomó esta ironía: 

Anotación al pasar de Malcolm Lowry, en la que describe una visita a la habitación que usaba De Quincey en Lake District: 

Prohibido fumar”.
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La anécdota quedó en mi memoria, pero no el nombre de Markson. Lo olvidé. Fue a mediados de los ochenta, cuando el afán por leer sobre Malcolm Lowry me llevó a una famosa biografía: la de Douglas Day. En sus primeras páginas encontré la indeleble escena del borracho absoluto: Lowry no consigue la botella de ginebra, porque su anfitrión, que ha salido, la ha puesto a buen resguardo. Pero ¿qué es eso para el tenaz dipsómano? Un simple desafío a su imaginación. Así, cuando regresa el dueño de la casa, Lowry lo recibe sonriente, diciéndole: “Te voy a contar una historia divertida”. Por el aroma inconfundible, ya el anfitrión lo sabía. Malcolm se había bebido completo su frasco de “loción para después de afeitarse”. El anfitrión era, por supuesto, David Markson.
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El nombre de David Markson sí lo grabé con la lectura de un libro de Néstor Braunstein sobre la memoria (Memoria y espanto). Todavía la cita me resulta fascinante. En el capítulo dedicado a Virgina Woolf, Braunstein explica la relación de la mujer con el espejo, mediante un monólogo tomado de una novela de David Markson: La amante de Wittgenstein. Braunstein la califica de “excelente” y cita este fragmento: 

Una vez, en la Galería Borghese, en Roma, firmé un espejo.
 Lo hice en uno de los baños para damas, con lápiz de labios.
 Lo que firmaba, por supuesto, era una imagen de mí misma.
 Sin embargo, cualquier otro que hubiese mirado ahí, donde estaba mi firma, la hubiese visto debajo de la imagen de otra persona.
 Sin duda yo no lo hubiese firmado, si hubiese habido otra persona para mirarla.
 Aunque, de hecho, el nombre que puse era Giotto.
 Dicho sea de paso, en esta casa hay un solo espejo.
 Lo que el espejo refleja, naturalmente, es una imagen de mí misma.
 Aunque, en realidad, lo que también se refleja, una y otra vez, es una imagen de mi madre.
 Lo que sucederá es que miraré en el espejo y por un instante veré a mi madre devolviéndome la mirada.
 Sin embargo, me veré a mí misma en el mismo instante. En otras palabras, todo lo que estoy realmente viendo es la imagen de mi madre en la mía propia.
 Supongo que esta ilusión es bastante común y que viene con los años.
 Lo que quiere decir que no es ni siquiera una ilusión, puesto que la herencia es la herencia”.  

No especulemos.
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Vuelvo a Esto no es una novela. El Escritor menciona sus achaques y se despide melancólico: 

Después salgo de noche a pintar la estrellas.
 Dice una carta de Van Gogh. 

Adiós y sean amables”.
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David Markson falleció en el 2010. No pude imitarlo en esa frase, porque desconozco la causa de su muerte.  

 P.D: Agradezco al buen amigo Matías Zolla, de la editorial La Bestia Equilátera, el haber puesto en mis manos un ejemplar de Esto no es una novela, que es, por cierto, el segundo título de Markson publicado por ese formidable sello. La traducción es de Laura Wittner.