martes, febrero 03, 2015

Carlos Noguera y sus Laberintos


Portada de Laberintos y una de las ilustraciones de Santiago Pol
 
En caravana, como dice el tango, los recuerdos pasan. Al enterarme hace un rato de la muerte de Carlos Noguera, pasaron varios. Los dejo para otra ocasión, salvo uno: un recuerdo de lector. Era el año 1967. Había ido a Caracas y visitado las Librerías Cosmos y Centro, de donde me traje algunos libros de jóvenes poetas. No los compré al azar ni por recomendación de los buenos libreros que entonces existían. Los busqué, porque había leído –y me interesaron- en revistas o en suplementos literarios, algunos textos de esos autores. Uno de ellos era Carlos Noguera. Su libro me fascinó. Era Laberintos, editado por En Haa y “compuesto durante los años 1961-64”, como anotó Carlos en la dedicatoria dirigida a tres personas a las que nombra sólo con las iniciales: JB, MC y JN. Supongo, como suponen todos, que JB es José Balza, su amigo entrañable, y que JN corresponde a Jorge Nunes, otro de sus cercanos compañeros de entonces. Quizá me atreva a decir, pero no con la misma seguridad, que MC es Marina Castro, porque vi su nombre alguna vez entre las colaboradoras de la revista En Haa. Lo cierto es que la editorial, el prologuista (Balza) y la dedicatoria, conformaban una clarísima seña de identidad grupal y literaria. También el libro me reveló a un artista: Santiago Pol. Sus ilustraciones me resultan inolvidables porque forman parte de los laberintos. 
 

Bien. Estoy en mi habitación. Ya he leído muchísimas veces el final del poema (porque es un poema largo, no varios poemas). Me atrevo a decirlo en voz alta. Me siento en Creta, la región del laberinto. Ya no pienso en los mitos que apenas vislumbro. Son las palabras las que conjuro. Incluso, la palabra “conjuro” en el poema. Es el laberinto verbal lo que me atrae, su música perenne.
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No sé si Laberintos ha sido reeditado. En todo caso, creo que no es muy conocido ahora. Estoy seguro de que al leerlo, más de una sorpresa se llevarían lectores de todas las edades o generaciones.
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Recuerdos aparte, creo que la muerte de Carlos Noguera no sólo es una pérdida para la literatura venezolana. También lo es para nuestra actual necesidad de convivencia. Carlos sabía hacer algo que en estos tiempos de discordias no es nada fácil: hablar y oír serenamente.