David Markson
Paseo por las páginas de Esto no es una novela de
David Markson y siento que la podemos ir armando a nuestro arbitrio. Podemos
también imaginar otra novela, la que está escrita entre líneas, cuyo hilo
conductor es la muerte y que tiene como personaje principal al Escritor mismo.
También podríamos aceptar literalmente el título y no andar buscándole
proyecciones. Al fin y al cabo, proviene de Magritte y ya Foucault se encargó
de hacernos el trabajo.
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Markson lee partidas de defunción y las resume
en una línea, sólo para indicar la causa de la muerte de escritores, artistas,
filósofos e ilustres personajes. A veces es preciso: “Boris Pasternak
evidentemente murió de un cáncer pulmonar que se había extendido hasta la zona
del corazón”. Otras, se remite a la conjetura: “Giambattista Vico murió de lo
que parece haber sido Alzheimer”.
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David Markson juega con la intriga:
“Unos doce
años después de ‘Berlin Alexanderplatz, viviendo de limosnas como refugiado de
guerra en Californa, Alfred Döblin se postuló para una beca Guggenheim. Con una
recomendación de Thomas Mann.
Adivinen”.
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Encuentro que Luisana había marcado esta cita,
mucho antes de junio de este año: “La vida consiste en lo que una persona se
pasa el día pensando”. Es de Emerson. Presumo que Luisana tuvo una premonición…
Adivinen, argentinamente adivinen.
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Markson gusta de las travesuras y de ciertos
dardos literarios. Así, a propósito de la muerte de Dylan Thomas, menciona “los
versos incomparablemente horribles de Kenneth Rexroth”, de quien sabemos por el
mismo Markson (¿quién más?) que “murió de un ataque al corazón”.
A la memoria de Dylan Thomas, Malcolm Lowry y
Markson libaron con ginebra y dijeron:
“Muerto el
sábado.
Enterrado el domingo”.
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David Markson fue admirador y amigo íntimo de
Malcolm Lowry. De él tomó esta ironía:
“Anotación
al pasar de Malcolm Lowry, en la que describe una visita a la habitación que
usaba De Quincey en Lake District:
Prohibido
fumar”.
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La anécdota quedó en mi memoria, pero no el
nombre de Markson. Lo olvidé. Fue a mediados de los ochenta, cuando el afán por
leer sobre Malcolm Lowry me llevó a una famosa biografía: la de Douglas Day. En
sus primeras páginas encontré la indeleble escena del borracho absoluto: Lowry
no consigue la botella de ginebra, porque su anfitrión, que ha salido, la ha
puesto a buen resguardo. Pero ¿qué es eso para el tenaz dipsómano? Un simple
desafío a su imaginación. Así, cuando regresa el dueño de la casa, Lowry lo
recibe sonriente, diciéndole: “Te voy a contar una historia divertida”. Por el
aroma inconfundible, ya el anfitrión lo sabía. Malcolm se había bebido completo
su frasco de “loción para después de afeitarse”. El anfitrión era, por
supuesto, David Markson.
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El nombre de David Markson sí lo grabé con la
lectura de un libro de Néstor Braunstein sobre la memoria (Memoria y espanto).
Todavía la cita me resulta fascinante. En el capítulo dedicado a Virgina Woolf,
Braunstein explica la relación de la mujer con el espejo, mediante un monólogo
tomado de una novela de David Markson: La amante de Wittgenstein. Braunstein la
califica de “excelente” y cita este fragmento:
“Una vez,
en la Galería Borghese, en Roma, firmé un espejo.
Lo hice en uno de los baños para damas, con
lápiz de labios.
Lo que firmaba, por supuesto, era una imagen
de mí misma.
Sin embargo, cualquier otro que hubiese mirado
ahí, donde estaba mi firma, la hubiese visto debajo de la imagen de otra
persona.
Sin duda yo no lo hubiese firmado, si hubiese
habido otra persona para mirarla.
Aunque, de hecho, el nombre que puse era
Giotto.
Dicho sea de paso, en esta casa hay un solo
espejo.
Lo que el espejo refleja, naturalmente, es una
imagen de mí misma.
Aunque, en realidad, lo que también se refleja,
una y otra vez, es una imagen de mi madre.
Lo que sucederá es que miraré en el espejo y
por un instante veré a mi madre devolviéndome la mirada.
Sin embargo, me veré a mí misma en el mismo
instante. En otras palabras, todo lo que estoy realmente viendo es la imagen de
mi madre en la mía propia.
Supongo que esta ilusión es bastante común y
que viene con los años.
Lo que quiere decir que no es ni siquiera una
ilusión, puesto que la herencia es la herencia”.
No especulemos.
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Vuelvo a Esto no es una novela. El Escritor
menciona sus achaques y se despide melancólico:
“Después
salgo de noche a pintar la estrellas.
Dice una carta de Van Gogh.
Adiós y
sean amables”.
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David Markson falleció en el 2010. No pude
imitarlo en esa frase, porque desconozco la causa de su muerte.
P.D:
Agradezco al buen amigo Matías Zolla, de la editorial La Bestia Equilátera, el haber puesto en mis manos un ejemplar de Esto
no es una novela, que es, por cierto, el segundo título de Markson
publicado por ese formidable sello. La traducción es de Laura Wittner.