La PedreraSiento que esa ciudad fue creciendo en mí
como una extraña posesión,
como una casa que te habita por dentro,
que te llena de voces impensables
y te deletrea calle por calle,
hasta inventarte.
Esa ciudad, tenía, ciertamente,
un encanto especial desde el primer momento.
Pero no era posible, entonces, prefigurar
toda la esplendidez de sus secretos.
La sorpresa del taxista
al toparse con Gaudí en pleno mediodía,
no pasaba de ser una broma del azar:
Alguien busca un hotel
y le dan, por error, la dirección de La Pedrera.
Esa ciudad ya preparaba sus celadas
sin que me diera cuenta.
Habría que esperar hasta el otoño,
hasta el día en que la vi aparecer,
radiante y sola,
en la puerta de una biblioteca consular,
con diecisiete años llenos de alegría y de Serrat,
para empezar a percatarme yo de alguna cosa: algo se tejía esa ciudad conmigo.