Onetti nació el 1 de julio de 1909. Hoy cumple cien años
1. Desde 1968 mi memoria conserva la contratapa de un libro comprado a Alfredo Moreno en algún pasillo de la Universidad Central de Venezuela. El libro lo perdí casi de inmediato, dejándome un vacío que nunca termina de llenar la tenaz reaparición de unas palabras que hallé para siempre en su contraportada. Tal vez escritas por Angel Rama (editor del volumen), esas palabras resumían el libro, es decir, resumían –siguen resumiendo para mí- a Onetti. No las olvido: “Una mujer y un chivo en la estación Constitución, un médico novelista escéptico y humano, la arisca historia de una piedad viril, con los personajes de Juntacadáveres, Onetti recrea la vida ardiente y desolada de los jóvenes”. El libro perdido y jamás reencontrado, se llama, creo, Para una tumba sin nombre.
2. Onetti nos llegó con el llamado “boom latinoamericano”. No representaba, en rigor, a esa promoción de narradores ni venía con ellos en la cresta de la ola. Cuando ésta desapareció quedaron en la orilla algunos tesoros, nombres que habían permanecido inadvertidos durante muchos años y que dejaban, por fin, de pertenecer a un selecto y reducido grupo de iniciados.
3. Desde 1939 Onetti era una seña de identidad secreta para quienes ya habían explorado territorios narrativos diferentes al realismo galleguiano. Su primera novela, El Pozo, de la cual se publicaron quinientos ejemplares, con un dudoso dibujo de Picasso en la portada, sólo fue leída por unos seis o siete seres extraños de Montevideo. Sin embargo, eso fue suficiente para que se diera comienzo a la secta onettiana de la parte oriental del Río de la Plata. Esta secta tardará en llegar a Buenos Aires, donde Onetti discurrirá casi invisible durante dos décadas, trabajando en agencias publicitarias y escribiendo y publicando libros que no serán leídos sino muchos años después. Entre tanto, Ciro Alegría ganaba con El mundo es ancho y ajeno un concurso donde Onetti seguramente era la voz narrativa lúcida y discordante, pero incomprendida y, por su parte, Bernardo Verbitsky, con una novela tal vez prescindible y ahora olvidada, le arrebataba a Tierra de nadie, el primer premio de la editorial Losada. En fin, desencuentros habituales de la literatura, de los cuales Onetti pudo exhibir varias experiencias.
4. ¿Las páginas fundacionales terminan por imponerse? Vargas Llosa, con La casa verde, le gana a Onetti y su Juntacadáveres, en 1967, el premio de novela “Rómulo Gallegos” (otro desencuentro, esta vez, quizá, por llegar un poquito tarde).
5. Pero fue, precisamente, Mario Vargas Llosa uno de los primeros en apuntar el carácter fundacional de la obra narrativa de Onetti. Sobre El Pozo escribió lo siguiente: “Es la primera novela de un escritor hispanoamericano que crea un mundo riguroso y coherente, que importa por sí mismo y no por el material informativo que contiene, asequible a lectores de cualquier lugar y de cualquier lengua, porque los asuntos que expresa han adquirido, en virtud de un lenguaje y una técnica funcionales, una dimensión universal. No se trata de un mundo artificial, pero sus raíces son humanas antes que americanas, y consiste como toda creación novelesca durable, en una objetivación de una subjetividad”.
6. Onetti descendió al infierno tan temido. Toda su obra es una alusión a esa temporada en el infierno. Dos relatos memorables: El infierno tan temido y La novia robada. Una obra maestra: La vida breve. Suficiente para acompañar al hombre en su desgracia. Chapeau.
7. Juan Carlos Onetti fundó a Brausen que fundó a Santa María que fundó a Díaz Grey que fundó a Juan Carlos Onetti.
8. Todo Onetti puede ser leído como una vindicación del acto creador. Brausen salvándose por la literatura. Onetti mismo reviviendo en su cama de enfermo crónico, todos los días y todas las noches, para poder dejarnos un último regalo: Cuando ya no importe. La misteriosa entrega al acto de escribir y de inventar otro mundo, como modo ineludible de sobrevivencia. Onetti: una poética de la enfermedad que sólo admite al arte como cura.
9. Viajo a Santa María. Llevo La vida breve conmigo. Al pararme frente a la estatua de Brausen, de Dios-Brausen, ese héroe del existencialismo onettiano, abro el libro y busco la página 36 para rezar cuanto sigue: “Pero si yo no luchaba contra aquella tristeza repentinamente perfecta; si lograba abandonarme a ella y mantener sin fatiga la conciencia de estar triste; si podía, cada mañana, reconocerla y hacer que saltara hacia mí, desde una ropa caída en el suelo, desde la voz quejosa de Gertrudis; si amaba y merecía diariamente mi tristeza, con deseo, con hambre, rellenándome con ella los ojos y cada vocal que pronunciara, entonces, estaba seguro, quedaría a salvo de la rebeldía y la desesperación”.
10. Onetti murió en Madrid, en 1994. Estado o enfermedad causante directo de la muerte: Brausen, Santa María, todos ustedes, yo mismo. Hoy cumple cien años. Y no los aparenta.
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