1. Entiendo acá por “tradición” las diversas expresiones culturales que recibimos del pasado. Muchas de ellas están en nosotros sin que nos hayamos percatado del todo. Somos, en rigor, un conjunto de tradiciones que incluye hábitos, ideas, técnicas, lugares y recuerdos. Algunas, de tanto sabidas, las hemos olvidado. Por eso, de vez en cuando las redescubrimos o creemos estar inventándolas. Son los riesgos habituales de la desmemoria.
Hablo de una tradición viva, no de un ámbito de piezas arqueológicas o museísticas, montado exclusivamente para la contemplación y el orgullo de la Patria. Hablo, además, de unos saberes aptos para ser enriquecidos o mejorados. Incluyo, asimismo, todo cuanto nos duele de ese pasado, como sus frustraciones y miserias. Una herencia cultural no la podemos recibir a beneficio de inventario. Se la recibe toda o siempre quedará algo pendiente por resolver, con las onerosas consecuencias de los intereses acumulados. Por eso, Mariano Picón Salas, nuestro lúcido ensayista, hablaba de “soportar la Historia con sus ejemplos estimulantes y su adversidad aleccionadoras”.
Si le somos fieles al sentido etimológico del vocablo “tradición”, no tenemos por qué andar explicando esto. “Tradir” es transmitir y todo acto de transmisión de cultura demanda un destinatario capaz de recibirla, mantenerla, reformarla e incrementarla. Así, la expresión “cocina tradicional”, que da título a estas notas, comprende no solamente la que se hizo antes, sino también la que seguimos haciendo después de recibir múltiples influencias en el decurso del tiempo. Algunas modas maltratan ese acervo o lo ocluyen, simplemente, lo que termina siendo tan lesivo como lo primero. Cuando esto ocurre, no se trata nada más de estar dispuesto a aceptar un legado, sino de ir a buscarlo donde éste se encuentre, y de defenderlo, con pasión y sensatez.
2. El dilema de “cocina tradicional o invención culinaria” es un falso dilema. Los enunciados de esa supuesta dicotomía no contienen conceptos que se excluyan entre sí. Forman parte de un proceso vivo que armoniza lo viejo con lo nuevo. Decía Jean François Revel que “el arte del cocinero consiste en saber qué es lo que se puede rescatar de las viejas tradiciones sin traicionarlas”. Claro, es un arte y no todos los cocineros lo alcanzan. Una cosa es la mezcla sin cohesión o las fantasías delirantes de ciertas fusiones, y otra la combinación imaginativa y amable de los buenos cocineros, tanto los de la mesa pública como los de la doméstica. Estos saben cruzar la gramática de la tradición culinaria con la de una sabia experimentación. No podemos afirmar lo mismo de ciertas prácticas a las que algunos son dados, con más afán de teatro etnográfico que de gastronomía y haciendo siempre abstracción de los contextos. La cocina de las etnias que ocupan las tierras amazónicas ha sido, por cierto, una de las más socorridas por este interés circense.
3. La cocina tradicional es también un efectivo instrumento para acompañar políticas de soberanía en materia alimentaria. Frente a la cocina basura, globalizada a más no poder, puede apelarse a nuestras cocinas caseras, familiares y campesinas. Apelar a ellas en modo alguno debe comportar el cerrarse a cambios o el vedarnos la interculturalidad gastronómica, siempre vigente, efectiva y beneficiosa y cuya impronta favorable la hemos sentido los venezolanos desde hace muchas décadas. Un pueblo que conozca y estime su tradición culinaria tiene ganada buena parte de su batalla por la soberanía. Basta recordar los viejos olores y sabores para que se active en nosotros la identidad de un paisaje que nos pertenece y al que pertenecemos.
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