Comienza a sonar Beethoven. Su hora está llegando. Sobre la mesa, varios libros de Eugenio Trías. Afuera, poca brisa y luz bastante. Pienso en la renuncia del Papa y me parecen impecables su gesto y su latín. Creo que volveré pronto a las páginas de su bello y particular Jesús de Nazaret. Por lo pronto, pan tostado y café. Le subo a Beethoven el sonido y leo estas palabras del filósofo:
“Es el momento de mayor felicidad del día, lo descubrí este verano (…). En el tocadiscos, el Septimino de Beethoven. Lo escucho cada día, por la mañana. Me da ganas de vivir. Parece muy frívolo y no lo es nada. Es un Beethoven joven, recuerda mucho a Haydn o a Mozart, pero es un Beethoven plenamente, y está lleno de vida, por eso le he dedicado La dispersión. Es la exaltación biológica, el despertar, el enfrentamiento con la realidad. Es muy adecuado para esta hora del día en que tengo la misma sensación que Rimbaud describe en las Iluminaciones. Estreno el mundo, tengo la vida por delante”.
Me acaba de llamar la señora Egilda para mostrarme una iguana en el balcón. Es de las grandes. Anda por aquí buscando agua. Nos oye hablar y se retira. Las hojas brillan tranquilas y observo que durante los tres días que estuvimos fuera, la enredadera aprovechó para crecer. Comienza a soplar un viento leve que me recuerda un verso de Vitier: “la brisita nupcial de la metáfora”. Vuelvo a la sala y encuentro que ya Beethoven se ha posesionado. Busco La dispersión y leo:
“La poesía no es ´enseñable´. El poema sólo podemos aprenderlo de memoria y repetirlo… cantando!
No debe sorprendernos que no haya cátedras de poesía…
¿Y si en la Universidad en lugar de ´enseñar´ se cantara?”
“Memoria y deseo”, me digo en silencio.
Sé que en este instante no hay nadie más que Beethoven.
“Es el momento de mayor felicidad del día, lo descubrí este verano (…). En el tocadiscos, el Septimino de Beethoven. Lo escucho cada día, por la mañana. Me da ganas de vivir. Parece muy frívolo y no lo es nada. Es un Beethoven joven, recuerda mucho a Haydn o a Mozart, pero es un Beethoven plenamente, y está lleno de vida, por eso le he dedicado La dispersión. Es la exaltación biológica, el despertar, el enfrentamiento con la realidad. Es muy adecuado para esta hora del día en que tengo la misma sensación que Rimbaud describe en las Iluminaciones. Estreno el mundo, tengo la vida por delante”.
Me acaba de llamar la señora Egilda para mostrarme una iguana en el balcón. Es de las grandes. Anda por aquí buscando agua. Nos oye hablar y se retira. Las hojas brillan tranquilas y observo que durante los tres días que estuvimos fuera, la enredadera aprovechó para crecer. Comienza a soplar un viento leve que me recuerda un verso de Vitier: “la brisita nupcial de la metáfora”. Vuelvo a la sala y encuentro que ya Beethoven se ha posesionado. Busco La dispersión y leo:
“La poesía no es ´enseñable´. El poema sólo podemos aprenderlo de memoria y repetirlo… cantando!
No debe sorprendernos que no haya cátedras de poesía…
¿Y si en la Universidad en lugar de ´enseñar´ se cantara?”
“Memoria y deseo”, me digo en silencio.
Sé que en este instante no hay nadie más que Beethoven.
1 comentario:
Arte y letras.
Romance, sexo, sangre y maldad.
Historias de brujas y demonios.
Relatos de crítica y ensayos de un alma perturbada.
Cualquier objeción será respondida con cortesía y cinismo por una escritora de tres libros.
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