Arnold Dolmetsch, laúd; Elodie Dolmetsch de pie y Hélène Dolmetsch, bajo
Abro los Ensayos Literarios, en la vieja
edición de Monte Avila y leo:
“Yo he
visto al dios Pan, y fue de la manera siguiente: escuché una melodía penetrante
y sorprendente, desenvolviéndose de precisión en precisión. Y luego otro tipo
de música llegó a mis oídos, hueca y risueña. Alcé la vista y descubrí un par
de ojos –como los de una criatura de la selva- que me estaban observando por
sobre un tubo de madera. Y entonces alguien dijo alguna una frase, y el encanto
se rompió”.
El ensayo se titula “Arnold Dolmetsch” y está tomado del libro Pavannes and Divisions,
1918.
A Pound lo fascinaba de Dolmetsch su modo único
de revivir los viejos instrumentos, así como sus ideas sobre la composición,
que estimó idóneas para el arte de la poesía. Así, recomendaba a los
versificadores (de verso libre, sobre todo) seguir el consejo que Dolmetsch le
daba a los músicos: no confundan el tiempo o la medida con la cadencia o el
movimiento. La primera regula, sí, pero la segunda pone el alma.
Lo reitero, dijo:
“He visto y escuchado al dios Pan: poco después
vi y escuché a Arnold Dolmetsch”.
Y entró a su reino, y supo que los clavicordios
y las cítaras no existían sólo en los poemas de Rossetti.
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