sábado, octubre 20, 2007

Dedicatorias de Borges

María Kodama. Foto de una buena foto de Martín Castillo

Borges, maestro también de los "umbrales" y de otros paratextos, dejó escrita una de las mejores formas del difícil arte de dedicar un libro: la metadedicatoria, que en su caso fue sólo el confeso pretexto para pronunciar un nombre. Así, en la primera página de La cifra escribió amorosamente cuanto sigue:

“De la serie de hechos inexplicables que son el universo o el tiempo, la dedicatoria de un libro no es, por cierto, el menos arcano. Se la define como un don, un regalo. Salvo en el caso de la indiferente moneda que la caridad cristiana deja caer en la palma del pobre, todo regalo verdadero es recíproco. El que da no se priva de lo que da. Dar y recibir son lo mismo.

Como todos los actos del universo, la dedicatoria de un libro es un acto mágico. También cabría definirla como el modo más grato y más sensible de pronunciar un nombre. Yo pronuncio ahora su nombre, María Kodama. Cuántas mañanas, cuántos mares, cuántos jardines del Oriente y del Occidente, cuánto Virgilio”.

En su último libro (Los conjurados) Borges afirmó que la dedicatoria es un misterio y una entrega de símbolos. Mucho antes, en 1960, había escrito un sueño que fue a la vez un relato prodigioso, un tributo y una dedicatoria literaria reparadora y justa. Me refiero, desde luego, a la página espléndida en la que Borges le entrega El Hacedor a Lugones y éste, que se había suicidado 22 años antes de esa ofrenda inesperada, la acepta gustoso.

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