sábado, octubre 20, 2007

Fuentes y el arte (o el ardid) de la dedicatoria

Shirley MacLaine

Al arte de la dedicatoria dedicó Gerard Genette un capítulo de sus Umbrales, libro donde encontramos un estupendo estudio sobre los llamados “paratextos”, esas delicias marginales de la literatura. El mexicano Hugo Hiriart, por su parte, escribió un divertido artículo acerca de la práctica de dedicar libros, incluido en su entrañable Disertación de las telarañas. En el referido articulo podemos leer aquel memorable ejemplo de dedicatoria excluyente y sorpresiva: “Dedico estos poemas a toda la humanidad, menos a Enrique Krauze”. Ambos trabajos pueden servirnos para orientar nuestra incursión en esta escritura poco visitada por los críticos, pero muy recordada por algunos lectores. Yo me limitaré ahora a seguir el hilo de una conversación informal que tuve hará unos cuatro años con Beatriz. El tema era Carlos Fuentes y algunas de sus novelas. Mencionábamos títulos y temas, pero sólo para identificar un gusto común. En eso estábamos cuando de pronto me percaté de que me sabía de memoria varias dedicatorias de Carlos Fuentes y se lo comenté de inmediato a Beatriz. Alguno de los dos propuso entonces llevar al ya extinto y legendario foro “Javier Marías” el tópico de la dedicatoria literaria, empezando con Fuentes. Y eso hice, no sin antes estampar mi propia dedicatoria, que resultó tan sólo una frase de típico requiebro: A Beatriz, cuyo sólo nombre es un anuncio de belleza.

Mi admiración por Luis Buñuel encontró un día en Carlos Fuentes las frases precisas que me permiten desde entonces expresarla con elocuencia que agrada y comunica. Las hallé en la dedicatoria de su libro Las Buenas Conciencias. Allí está escrito: “A Luis Buñuel, gran artista de nuestro tiempo, gran destructor de las conciencias tranquilas, gran creador de la esperanza humana”. Creo que esa frase comprende un universo o, por lo menos, cuanto sigue: una filosofía estética en pocas líneas, una biografía en tres pinceladas y un ejercicio del elogio y del afecto que se explica a sí mismo. Todo eso -y más- es esa dedicatoria admirativa, que aprovecha el título de la novela para contraponerle un atributo “buñueliano” y establecer el centro perdurable de una obra (la de Buñuel).
Años más tarde me toparía con otro libro de Fuentes dedicado a Buñuel: Una familia lejana. Esta vez la ofrenda es brevísima, despojada, sencilla: “A mi amigo Luis Buñuel, en sus ochenta años”. Fuentes la acompañó de unas palabras de Proust para definir lo que estaba dedicándole al amigo: “Ce qui est affreux, c`est ce qu`on ne peut pas imaginer”. Es la dedicatoria que busca asociar “dedicatario” y libro. ¿Cómo dedicarle al gran destructor de las conciencias tranquilas una historia que no le sea digna? ¿Cómo dedicarle, por ejemplo, una obra melosa, edulcorada?

A Buñuel siguió dedicándole libros Carlos Fuentes. Si bien Diana o la cazadora solitaria no tiene nada escrito en forma convencional de dedicatoria, un enorme “In Memoriam” por la actriz Jean Seberg se desprende de sus páginas... En ellas encontramos, además (y por esto viene al caso), una presencia sabia: la de Luis Buñuel. El inevitable surrealista español es un personaje de la novela. En ella hace de amigo y consejero del autobiógrafo que, como suele ocurrir, perdió la cabeza por una mujer.

Seguramente habrá otros libros de Fuentes con dedicatorias o alusiones a Buñuel o algún relato que ahora se me escapa. Lo cierto es que, más allá de las dedicatorias, varias son las obras “buñuelianas” del mexicano. Entre ellas incluyo a Aura y Cumpleaños, no dedicadas a Buñuel, pero asociables plenamente al genial aragonés. También puedo recordar Terra Nostra, esa película de Luis Buñuel magistralmente llevada a la escritura por Carlos Fuentes. Está dedicada “a Sylvia” (así, sin más) pero la antecede una nota de reconocimientos, que en mi opinión, constituye también una dedicatoria, una copiosa dedicatoria que es también un borgeano poema de los dones. Copio una parte:

“A Luis Buñuel y Alberto Gironella, por las conversaciones en la Gare de Lyon que fueron el espectro inicial de estas páginas; a Carlos Saura y Geraldine Chaplin, demiurgos del pastelón podrido de Madrid; a María del Pilar y José Donoso, Mercedes y Gabriel García Márquez, Patricia y Mario Vargas Llosa, por muchas horas de extraordinaria hospitalidad en Barcelona; a Monique Lange y Juan Goytisolo, por el refugio de la rue Poissoniére; y a Marie José y Octavio Paz, por un estimulante e ininterrumpido diálogo a lo largo de los años. // A Roberto Matta, propietario del mapa de plumas de la selva americana, que en realidad es una máscara; a José Luis Cuevas y Francisco de Quevedo y Villegas, porque el genio y la figura de su encuentro sepulcral acudieron a mi llamado de auxilio en los momentos difíciles...”.

La dedicatoria en Fuentes es ofrenda y reconocimiento, afecto y homenaje. También es poesía de las maravillas cotidianas. Por esto último no se me olvida jamás la sencilla dedicatoria de Cumpleaños, con la que concluyo esta primera aproximación al tema:

“A Shirley MacLaine, recuerdo de la lluvia en Sheridan Square”.

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