Hoy, como todos los días, Cuchi y yo caminamos en el parque del Este. El martes pasado tuvimos la dicha de ver a un cardenalito que posaba, quieto y misterioso, en su rama. Desde entonces, cada mañana llevo la esperanza de reencontrar su límpida belleza inesperada, el gesto sereno de su prodigio inalcanzable.
Hoy estaba, antiguo e invisible.
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