Robert Lowell. Foto de Alfred Eisenstaedt
Abro a Robert Lowell porque lo tenía entre el montón de volúmenes que anoche puse sobre la mesa. Ahora no sé por qué bajé ese libro de Lowell. Tal vez porque buscaba el poema acerca de los Arnolfini. No estoy seguro.
Abro el volumen y me encuentro con un día luminoso:
“Me alegra pasear sin rumbo fijo
por Boston mientras pienso en Henry Adams,
de joven, con el blanco brazalete de seda,
que, casi sin notarse, exhibió un día entero
por la liberación de los esclavos”.
Me gusta esa imagen del flâneur bostoniano que deja al azar la ruta de su ocio, el discreto paseo de la elegancia civil.
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