IRVING PENN
En un texto de los años veinte Carner se adelanta al Borges de Borges y yo y habla del “otro Carner", con ironía y desenfado. Condena su oficio, pero confiesa que no le es del todo extraño. Le achaca distracciones pueriles y afanes de lucimiento. Se deslinda de sus búsquedas retóricas, pero termina reconociéndose en él, al igual que Borges con “el otro Borges”, aunque sin confusión alguna. El (o Carner) sí supo quién escribió esa página.
Carner intentó convencerlo de que se dedicara al billar, pero "él" nada le respondió. Sólo fumaba. Así queda dicho en este prodigioso final:
“…Fuma y le veo cierta vaguedad en los ojos que presagia inexorablemente que quizá hoy se descolgará con una nueva cantilena. Y entonces no sé lo que le haría. Aunque de natural pacífico, capaz sería de golpearle, si no fuera porque una de sus particularidades me induce a cierta simpatía. Y es que él –que soy yo mismo-, en el fondo de toda su inconsistencia, tiene, como un diamante dentro de un saco de cosas para el trapero, una gema dura y bella, que es el orgullo de escribir en catalán”.
(Prefacio a LA INUTIL OFRENA, Barcelona, 1924)
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