El inmenso afecto de una parte importante del pueblo
venezolano por Chávez, se muestra hoy de manera clamorosa. Esa devoción por su
líder, era, sin duda, previsible, pero el fervor que ahora presenciamos parece
exceder todos los pronósticos. Nos asombra, en verdad. Creo, además, que en muchos se trata de un
afecto sincero, entrañable. Por eso mismo, debemos mirarlo con respeto. También
con inquietud y, dadas ciertas tendencias históricas, con temor.
El deber de una dirigencia
responsable sería no desvirtuar ese sentimiento genuino, convirtiéndolo en
culto. Todos los cultos oficiales degradan la memoria de los hombres, vacían
sus enseñanzas o su ejemplo (bueno o malo, según se mire) y sólo sirven de soporte interesado a los custodios, que no son otros que
sus usufructuarios.
De otra parte, también hay un
odio sincero. Incapaces del temple y la prudencia que la hora del duelo les
exige a los adversarios del fallecido, hay algunos exaltados, cuya furia les
impide ver y ponderar las evidencias. Forzoso es decirlo: la mayoría ha sido solidaria con el dolor, y cívica en su actitud.
Los hombres excepcionales (Chávez lo era)
merecen otro destino. No el del culto fanático. Por encima de todo, debería estar la libertad, en especial, la de ser diferentes y ejercer la disidencia. ¿No es la política una permanente y fecunda agonística?
¿Por qué obligar al Otro a ser como nosotros?
Que la libertad decida y que el país sea de todos. No sólo de los deudos.
¿Por qué obligar al Otro a ser como nosotros?
Que la libertad decida y que el país sea de todos. No sólo de los deudos.
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