Casi todas las lecturas de El Aleph se detienen en dos evidencias. Una es la sátira letal que Borges hace de la mala literatura de la época, encarnada en Carlos Argentino, un personaje descrito con prolija sorna. La otra está representada por una metáfora del universo: ese “objeto secreto y conjetural” llamado “aleph”.
Guillermo Martínez (Bahía Blanca, 1962) acepta esas aproximaciones, pero ensaya otra hipótesis, en procura del móvil primigenio del relato. Sostiene que la rivalidad entre Borges y Carlos Argentino no es literaria, sino amorosa. Lo primero es innegable. Sólo existe una pugna que Daneri se inventa para sus rounds de sombra. Lo segundo está en el ambiente desde aquella candente mañana de febrero…
El general de Chesterton en La memoria de la espada rota desata una batalla para esconder entre los miles de cadáveres el cuerpo de un soldado que había asesinado. Poe esconde “la carta robada” en un lugar cuya obviedad lo hace inadvertible. Martínez piensa que El Aleph es una versión de esos relatos.
Pero, ¿qué quería ocultar Borges?
La respuesta está, según el autor de Crímenes imperceptibles, en la célebre enumeración borgeana del universo. En ese vórtice de estancias hermosas, terribles y anodinas, se encuentra la venganza de Daneri. Su rival ve en el aleph una imagen aterradora: la única para la que Borges dedica tres adjetivos. Recordemos.
Acabábamos de ver un astrolabio persa cuando de pronto se nos apareció el interior de una gaveta. Fue un golpe rotundo, seco, tanto para el narrador como para los lectores. En el cajón estaban las cartas “obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino”. Borges tembló. También temblamos los lectores un segundo, pero seguimos nuestra marcha porque Gardel nos saludaba en la Chacarita y había que encenderle el cigarrillo. Borges estaba aturdido, pero alcanzó a tomar rápido desquite con asombrosa displicencia. “Formidable”, le dijo a Daneri en tono frío, y eludió por completo hacer otra consideración del aleph, como si lo tuviera a menos.
Infiere Martínez que allí termina el cuento y que todo lo demás son epílogos. Alberto Manguel le recordó que a Borges le atraían esas astucias. Para apoyarse le citó la página en la que el autor de El Aleph celebra a Dante, por ocultar a Beatriz en una enumeración de nombres femeninos.
Es un juego melancólico el de Dante, dijo Borges. ¿Lo es también el de Borges? se pregunta Martínez. Tal vez lo sea también el del propio Martínez, y hasta el mío, que es apenas una glosa del suyo, en este día del Aleph que festejo un rato en la trastienda, porque afuera lo que hay es jazz, y del bueno.
P.D: El ensayo de Guillermo Martínez está en La fórmula de la inmortalidad, Seix Barral, 2005. Martínez es también autor de un libro sobre Borges y la matemática. Su obra narrativa ha sido amplia y merecidamente reconocida.
Guillermo Martínez (Bahía Blanca, 1962) acepta esas aproximaciones, pero ensaya otra hipótesis, en procura del móvil primigenio del relato. Sostiene que la rivalidad entre Borges y Carlos Argentino no es literaria, sino amorosa. Lo primero es innegable. Sólo existe una pugna que Daneri se inventa para sus rounds de sombra. Lo segundo está en el ambiente desde aquella candente mañana de febrero…
El general de Chesterton en La memoria de la espada rota desata una batalla para esconder entre los miles de cadáveres el cuerpo de un soldado que había asesinado. Poe esconde “la carta robada” en un lugar cuya obviedad lo hace inadvertible. Martínez piensa que El Aleph es una versión de esos relatos.
Pero, ¿qué quería ocultar Borges?
La respuesta está, según el autor de Crímenes imperceptibles, en la célebre enumeración borgeana del universo. En ese vórtice de estancias hermosas, terribles y anodinas, se encuentra la venganza de Daneri. Su rival ve en el aleph una imagen aterradora: la única para la que Borges dedica tres adjetivos. Recordemos.
Acabábamos de ver un astrolabio persa cuando de pronto se nos apareció el interior de una gaveta. Fue un golpe rotundo, seco, tanto para el narrador como para los lectores. En el cajón estaban las cartas “obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino”. Borges tembló. También temblamos los lectores un segundo, pero seguimos nuestra marcha porque Gardel nos saludaba en la Chacarita y había que encenderle el cigarrillo. Borges estaba aturdido, pero alcanzó a tomar rápido desquite con asombrosa displicencia. “Formidable”, le dijo a Daneri en tono frío, y eludió por completo hacer otra consideración del aleph, como si lo tuviera a menos.
Infiere Martínez que allí termina el cuento y que todo lo demás son epílogos. Alberto Manguel le recordó que a Borges le atraían esas astucias. Para apoyarse le citó la página en la que el autor de El Aleph celebra a Dante, por ocultar a Beatriz en una enumeración de nombres femeninos.
Es un juego melancólico el de Dante, dijo Borges. ¿Lo es también el de Borges? se pregunta Martínez. Tal vez lo sea también el del propio Martínez, y hasta el mío, que es apenas una glosa del suyo, en este día del Aleph que festejo un rato en la trastienda, porque afuera lo que hay es jazz, y del bueno.
P.D: El ensayo de Guillermo Martínez está en La fórmula de la inmortalidad, Seix Barral, 2005. Martínez es también autor de un libro sobre Borges y la matemática. Su obra narrativa ha sido amplia y merecidamente reconocida.
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