Gloria de Ros y Dionisio Ridruejo
1. Yo caminaba por las Ramblas ese sábado y me
encontré de pronto con Argenis Rodríguez. Su saludo fue: “Murió Dionisio
Ridruejo”. El nombre me era conocido, no tanto por lo que después supe de su
relevancia política (de la que tenía una idea muy vaga), sino porque Ridruejo
era el cuñado de Inés, una buena amiga del consulado de Venezuela en Barcelona,
con quien yo solía hablar de literatura en las reuniones sociales que hacía la
consulesa. Por el mismo Argenis fui enterándome de la importancia que como opositor al franquismo había tenido el cuñado de Inés. Argenis rubricó la noticia con esta frase:
“Se murió quien iba a ser el líder de España después de Franco”.
Poco después de ese día
de junio del 1975, indagando allá y aquí, me percaté de que efectivamente
Dionisio Ridruejo había sido un hombre clave en la unidad que se gestaba contra
Franco. Confirmé, además, que el comentario de Argenis era compartido por buena
parte de los actores políticos que vislumbraban un rol estelar de Ridruejo, una
vez que se iniciara el postfranquismo. El PSOE del joven Felipe González, el
movimiento socialista de Tierno Galván y la democracia cristiana del viejo Gil
Robles, se sentaban a la mesa con el socialdemócrata Ridruejo, quien mantenía
el encanto personal de siempre y contaba con el respeto de muchos dirigentes
que habían sido sus adversarios acérrimos.
Leyendo ayer los
estudios que Luis Felipe Vivanco agrupó en un formidable libro titulado Introducción
a la poesía española contemporánea,
me encontré de nuevo con Ridruejo. Este año, por cierto, es el del
centenario de su nacimiento. Ojalá la
fecha esté sirviendo para recordarlo y, sobre todo, para comprenderlo bien. He
leído que acaban de publicar las cartas que le escribió a su mujer desde el
exilio. Esas letras íntimas deben ser un buen aporte para recuperar del todo a
un español decente y digno.
Dionisio Ridruejo fue
también un estimable poeta y un ensayista estupendo. Sabemos que la tragedia de
su país lo tuvo, primero del lado de los falangistas, y después de la
democracia, pero siempre, firme y crítico. Un hombre honesto con su patria, con
su gente y consigo mismo. Discrepar válidamente de él por falangista (primero),
por socialdemócrata (después) o por cualquier otra razón, no autoriza la
oclusión de su grandeza cívica ni el olvido
de su obra literaria.
Un día Ridruejo visitó a
Octavio Paz y subió con él a su terraza mexicana. Desde allí, ambos sintieron
que la palabra poética habitaba el peldaño más incandescente.
10-09-12
--
2.
Juan Benet, un escritor de indiscutible altura, tanto en el sentido literal
como metafórico de la palabra, nos dejó una silueta espléndida de esa rara avis de la política que fue
Dionisio Ridruejo, cuyo libro Escrito en
España, todavía tiene muchas cosas que enseñarnos, aquí y allá.
Benet dijo de su amigo
Ridruejo:
"Yo no sé si era -como he leído en alguna
parte- un jefe nato. Pero si lo era por su nacimiento se cuidó de dejar de
serlo, con su formación. Tenía demasiada talla intelectual -y un exceso de
curiosidad- para ser jefe, nada más. Nada me parece más equívoco que imaginar a
Dionisio a la cabeza de una multitud de españoles que le considerasen su líder
y le venerasen como un ídolo (...). No creo que nadie supiera conformarse con una
relación con sus atributos porque el único trato que con él cabía era el
directo y -si me apuran- el íntimo(...). Tampoco era lo suyo la victoria sobre
los enemigos porque -aun teniendo todos los rivales, competidores y
antagonistas que su postura exigía- no planteaba su juego en el terreno de la
lucha. Se diría que si salía era para perder".
¿Hablaba Benet de un
político, en verdad?
Sí. Hablaba de un
político, no de un pragmático.
11-09-12
--
3.
Leo El
cuaderno gris de Josep Pla, en traducción de mi querido Ridruejo y de
su mujer catalana, Gloria de Ros.
El 16 de abril de 1918,
que es el año en que inicia su monumental dietario, Pla registra este temor:
“Si, por la razón que fuese, nos viésemos obligados a prescindir del
´ressopó´ que Marieta nos sirve de madrugada, pensaríamos que la vida apenas
tiene sentido, que es absurda y amarga”.
En una nota al pie de
página Ridruejo informa que el “ressopó” es la “comida antes de acostarse,
cuando ya han transcurrido varias horas después de la cena”.
Subrayo y recuerdo
costumbres perdidas, medias mañanas y meriendas.
Hay de todo en el
cuaderno de Pla: relatos, biografías, descripciones de paisajes, autorretratos,
crítica literaria, crónica familiar y gastronómica, y mucho más. También
abundan las deliciosas ráfagas como las del “ressopó” o pequeñas observaciones
sensoriales, como ésta del 6 de junio del mismo año 18, que me encanta:
“El tomillo, en un primer momento, da un olor abrupto y fuerte y después
se endulza; el romero, ahora en flor, tiene una entrada muy suave que después
se carga”.
Siento que estoy en el campo,
feliz. Así da gusto la lectura de un diario.
23-11-12
--
4.
“La tarde será larga y sin hastío./ Mañana leeremos a Gustavo/ Adolfo que
comprende el mundo/ como el verso final de la Comedia…”.
Leo a Ridruejo en sus Cuadernos
de Madison y encuentro en ellos la plenitud de acento humano que les
atribuyó nada menos que Marià Manent. Ridruejo prepara una clase sobre Bécquer
para el seminario que imparte en la Universidad de Wisconsin y describe en el
poema la monacal habitación donde se encuentra. Mira una mellada estantería que
es “vasar de manzanas” y oye crujir la mecedora, “mientras Manrique, tras el rayo iluso,/ vaga orillas del Duero”.
Al final “todo en orden/ y por su orden. Salta a
quemarropa/ replicando campanas abreviadas,/ el teléfono negro. De su abismo/
brota entera una voz. Fuera es de noche”.
Acá también lo es y
acabo de acordarme de un interesante episodio sobre Dionisio Ridruejo contado
por su amigo Juan Benet. En una ocasión viajaron juntos por tierras castellanas.
Visitaron un castillo que desde la guerra fue usado como cárcel de reclusos republicanos.
Los atendió un hombre que había sido uno de esos presos. Después de entrar en
confianza les contó que todas las noches, antes de la cena, los sacaban al
patio y los obligaban a cantar el Cara al Sol. Lo hacían sin ganas y en
bajísimo tono, al punto de que apenas se les oía un murmullo. Sin embargo,
cuando llegaban a un determinado verso del himno, todo cambiaba. El tono subía.
Se tornaban alegres, entusiastas, y el canto les brotaba vibrante y encendido.
El verso decía: “Volverán banderas
victoriosas”. Sin duda, en esa línea los presos cifraban su esperanza de
triunfo y libertad.
El asunto preocupó al
director de la cárcel, quien lo consultó con el capellán. Este le dio una
respuesta relancina, diciéndole que el espíritu falangista de José Antonio
había penetrado ya el alma de los rojos.
Al oír esa historia, una
sonrisa de íntima satisfacción pobló el rostro de Ridruejo. Y es que, como
algunos saben, él fue el autor de ese verso, y del siguiente: “Al paso alegre
de la paz”.
Conjetura Benet que en
ese momento su amigo Dionisio entrevió la “felix culpa” de un pecado juvenil y
mitigó su pena al saber que de todo el himno de la Falange, sólo los versos
escritos por él habían tenido la aceptación de los vencidos, quienes además los
cantaban como réplica irrefutable a los fascistas.
Así que en el castillo
de Cuéllar la secreta rebeldía de unos presos republicanos le hizo a Dionisio
Ridruejo la poética justicia que merecía su dignidad.
Comparto esta confesión
de su biógrafo Jordi Gracia:
“…Haber estado tanto tiempo con él y con sus papeles ha ido haciéndome a
mí mejor persona y ése no es regalo común…Creo que hizo también mejores a
muchos de sus amigos, y casi ninguno lo calló, aunque casi todos lo expresaron
en la reserva privada de unas cartas que a veces conmueven en esa extraña fibra
que no toca exactamente al sentimiento sino a la racionalidad, y no sé cómo se
llama”.
Vuelvo al poema. La
tarde ha sido larga y sin hastío.
Dolcetto d´Alba para la
cena de esta noche.
12-03-13
No hay comentarios.:
Publicar un comentario