sábado, octubre 27, 2007

Es infinita esta riqueza abandonada

Edgar Bailey


Néstor Sánchez


27-10-07: Fue reeditada la novela Cómico de la lengua de Néstor Sánchez. Estuve buscándola hace varios meses y no pude conseguirla. Era previsible. La edición de Seix Barral estaba agotada y todavía no había salido la excelente reedición argentina de Paradiso. Sánchez es ahora un narrador olvidado. En los años setenta se le exaltó y consagró casi a la misma velocidad con que se le sumió poco después en el olvido. Creo que toda su obra se publicó en un período de seis años apenas (1976-1973). Nació en 1935 y murió en el 2003. Yo preguntaba en las librerías de Buenos Aires y nadie me daba razón de sus libros, hasta que una tarde de enero del 2006, en una pequeña librería en Barrio Norte conseguí Siberia blues. Ciertamente Paradiso está iniciando ahora su recuperación junto con Alción Editora que editó Nosotros dos. Pienso que esa recuperación –como casi todas- vale la pena.

Abro en este momento el volumen de Cómico de la lengua que compré hace dos semanas en la amable librería Prometeo de Palermo. Al leer las primeras líneas recuerdo que el pasado 15 de octubre había intentado comenzar la lectura de la novela durante el vuelo Buenos Aires-Caracas. Lo recuerdo exactamente, entre otras cosas, porque cuando me topé en esa ocasión con la primera página, se me apareció, como siempre, el azar concurrente. Leí lo que ahora leo de nuevo: “…el anochecer (la caída de la tarde, el crepúsculo) del día quince de octubre…)". Y sigo la lectura de una página que remite a su propia escritura o a cómo describir la lentitud que Nacha Ortiz empleó esa tarde en desvestirse.
La novela continuará su curso con la parsimonia de una lengua que procede también por oído. La prosa de Sánchez, que comenzó con el viejo truco del manuscrito, irá convirtiéndose en el verdadero centro de la trama y alcanzará en un momento la difícil cumbre de la poesía. Al llegar al capítulo que recuerda un verso de Edgar Bailey pude decir(me), casi de manera mecánica, que Cómico de la lengua es una novela interminable y que "es infinita esta riqueza abandonada" por más esfuerzos que hagamos para su agotamiento.

Nuevamente volvió por sus fueros el azar concurrente. Antes de concluir esta breve anotación quise verificar la cita de Edgar Bailey. Fui a la biblioteca y busqué su Obra Poética editada por Corregidor. La encontré –lo juro- debajo de dos libros de Néstor Sánchez: Siberia blues y Nosotros dos.

Es infinita esta riqueza abandonada.
(A Gonzalo Ramírez, lector de Sánchez)

sábado, octubre 20, 2007

Dedicatorias de Borges

María Kodama. Foto de una buena foto de Martín Castillo

Borges, maestro también de los "umbrales" y de otros paratextos, dejó escrita una de las mejores formas del difícil arte de dedicar un libro: la metadedicatoria, que en su caso fue sólo el confeso pretexto para pronunciar un nombre. Así, en la primera página de La cifra escribió amorosamente cuanto sigue:

“De la serie de hechos inexplicables que son el universo o el tiempo, la dedicatoria de un libro no es, por cierto, el menos arcano. Se la define como un don, un regalo. Salvo en el caso de la indiferente moneda que la caridad cristiana deja caer en la palma del pobre, todo regalo verdadero es recíproco. El que da no se priva de lo que da. Dar y recibir son lo mismo.

Como todos los actos del universo, la dedicatoria de un libro es un acto mágico. También cabría definirla como el modo más grato y más sensible de pronunciar un nombre. Yo pronuncio ahora su nombre, María Kodama. Cuántas mañanas, cuántos mares, cuántos jardines del Oriente y del Occidente, cuánto Virgilio”.

En su último libro (Los conjurados) Borges afirmó que la dedicatoria es un misterio y una entrega de símbolos. Mucho antes, en 1960, había escrito un sueño que fue a la vez un relato prodigioso, un tributo y una dedicatoria literaria reparadora y justa. Me refiero, desde luego, a la página espléndida en la que Borges le entrega El Hacedor a Lugones y éste, que se había suicidado 22 años antes de esa ofrenda inesperada, la acepta gustoso.

Fuentes y el arte (o el ardid) de la dedicatoria

Shirley MacLaine

Al arte de la dedicatoria dedicó Gerard Genette un capítulo de sus Umbrales, libro donde encontramos un estupendo estudio sobre los llamados “paratextos”, esas delicias marginales de la literatura. El mexicano Hugo Hiriart, por su parte, escribió un divertido artículo acerca de la práctica de dedicar libros, incluido en su entrañable Disertación de las telarañas. En el referido articulo podemos leer aquel memorable ejemplo de dedicatoria excluyente y sorpresiva: “Dedico estos poemas a toda la humanidad, menos a Enrique Krauze”. Ambos trabajos pueden servirnos para orientar nuestra incursión en esta escritura poco visitada por los críticos, pero muy recordada por algunos lectores. Yo me limitaré ahora a seguir el hilo de una conversación informal que tuve hará unos cuatro años con Beatriz. El tema era Carlos Fuentes y algunas de sus novelas. Mencionábamos títulos y temas, pero sólo para identificar un gusto común. En eso estábamos cuando de pronto me percaté de que me sabía de memoria varias dedicatorias de Carlos Fuentes y se lo comenté de inmediato a Beatriz. Alguno de los dos propuso entonces llevar al ya extinto y legendario foro “Javier Marías” el tópico de la dedicatoria literaria, empezando con Fuentes. Y eso hice, no sin antes estampar mi propia dedicatoria, que resultó tan sólo una frase de típico requiebro: A Beatriz, cuyo sólo nombre es un anuncio de belleza.

Mi admiración por Luis Buñuel encontró un día en Carlos Fuentes las frases precisas que me permiten desde entonces expresarla con elocuencia que agrada y comunica. Las hallé en la dedicatoria de su libro Las Buenas Conciencias. Allí está escrito: “A Luis Buñuel, gran artista de nuestro tiempo, gran destructor de las conciencias tranquilas, gran creador de la esperanza humana”. Creo que esa frase comprende un universo o, por lo menos, cuanto sigue: una filosofía estética en pocas líneas, una biografía en tres pinceladas y un ejercicio del elogio y del afecto que se explica a sí mismo. Todo eso -y más- es esa dedicatoria admirativa, que aprovecha el título de la novela para contraponerle un atributo “buñueliano” y establecer el centro perdurable de una obra (la de Buñuel).
Años más tarde me toparía con otro libro de Fuentes dedicado a Buñuel: Una familia lejana. Esta vez la ofrenda es brevísima, despojada, sencilla: “A mi amigo Luis Buñuel, en sus ochenta años”. Fuentes la acompañó de unas palabras de Proust para definir lo que estaba dedicándole al amigo: “Ce qui est affreux, c`est ce qu`on ne peut pas imaginer”. Es la dedicatoria que busca asociar “dedicatario” y libro. ¿Cómo dedicarle al gran destructor de las conciencias tranquilas una historia que no le sea digna? ¿Cómo dedicarle, por ejemplo, una obra melosa, edulcorada?

A Buñuel siguió dedicándole libros Carlos Fuentes. Si bien Diana o la cazadora solitaria no tiene nada escrito en forma convencional de dedicatoria, un enorme “In Memoriam” por la actriz Jean Seberg se desprende de sus páginas... En ellas encontramos, además (y por esto viene al caso), una presencia sabia: la de Luis Buñuel. El inevitable surrealista español es un personaje de la novela. En ella hace de amigo y consejero del autobiógrafo que, como suele ocurrir, perdió la cabeza por una mujer.

Seguramente habrá otros libros de Fuentes con dedicatorias o alusiones a Buñuel o algún relato que ahora se me escapa. Lo cierto es que, más allá de las dedicatorias, varias son las obras “buñuelianas” del mexicano. Entre ellas incluyo a Aura y Cumpleaños, no dedicadas a Buñuel, pero asociables plenamente al genial aragonés. También puedo recordar Terra Nostra, esa película de Luis Buñuel magistralmente llevada a la escritura por Carlos Fuentes. Está dedicada “a Sylvia” (así, sin más) pero la antecede una nota de reconocimientos, que en mi opinión, constituye también una dedicatoria, una copiosa dedicatoria que es también un borgeano poema de los dones. Copio una parte:

“A Luis Buñuel y Alberto Gironella, por las conversaciones en la Gare de Lyon que fueron el espectro inicial de estas páginas; a Carlos Saura y Geraldine Chaplin, demiurgos del pastelón podrido de Madrid; a María del Pilar y José Donoso, Mercedes y Gabriel García Márquez, Patricia y Mario Vargas Llosa, por muchas horas de extraordinaria hospitalidad en Barcelona; a Monique Lange y Juan Goytisolo, por el refugio de la rue Poissoniére; y a Marie José y Octavio Paz, por un estimulante e ininterrumpido diálogo a lo largo de los años. // A Roberto Matta, propietario del mapa de plumas de la selva americana, que en realidad es una máscara; a José Luis Cuevas y Francisco de Quevedo y Villegas, porque el genio y la figura de su encuentro sepulcral acudieron a mi llamado de auxilio en los momentos difíciles...”.

La dedicatoria en Fuentes es ofrenda y reconocimiento, afecto y homenaje. También es poesía de las maravillas cotidianas. Por esto último no se me olvida jamás la sencilla dedicatoria de Cumpleaños, con la que concluyo esta primera aproximación al tema:

“A Shirley MacLaine, recuerdo de la lluvia en Sheridan Square”.

sábado, octubre 06, 2007

Emilio Gauna murió en Palermo

Adolfo Bioy Casares


"Emilio Gauna murió en Palermo en una noche de carnaval,
acuchillado en un mano a mano que se arrastraba de años atrás
".


Era contemporáneo de Borges y seguramente había escuchado historias de los más afamados cuchilleros de Palermo, como ese protervo "amigo" suyo llamado Valerga. Le hubiera encantado, sin duda, El Sur, un cuento formidable y letal en el que habría visto anunciado su coraje y su destino. Creo que la mitología porteña del héroe lo abrumaba.

Emilio Gauna dudó de su propio arrojo y quiso desmentirse. Tuvo éxito. Tanático, pero también cartesiano, sabiamente se dejó ahogar por la ebriedad de la fiesta.

Con brillantez, Adolfo Bioy Casares lo concibió y mató en El sueño de los héroes. Después, a Gauna lo llevaron al cine y lo cantaron gracias al maestro Jaime Roos. Podemos decir sin equívocos que también tuvo éxito en esos nuevos escenarios.

Según Adriana Varela, donna della voce rauca, a Emilio “el dolor se le fue como por artimaña”.

Y yo, por lo mismo (por artimaña), intento hoy este post nostálgico que dedico a mi querido amigo Juan Carlos Cadeiras, quien conoce todos los vericuetos de esa hermosa galaxia inabarcable que orgullosa y porteñamente llaman Palermo.