lunes, febrero 25, 2013

Comunión y metáfora





Alcándara
Por la ruta de tres versos, el mexicano Antonio Deltoro entró a las Soledades. Son los mismos que fascinaron a Gimferrer, quien los citó para ilustrar su descubrimiento de la poesía como invención de otra realidad. Cuatro poetas del 27 (Guillén, Salinas, Alonso y Cernuda) apoyaron su fervor gongorino en esas tres líneas magistrales del cordobés que aparecen de vez en cuando en mis anotaciones, porque para mí es un deleite repetirlas, casi siempre sin excusa alguna.

Pervive en esos versos un misterio, aunque cada uno de sus signos parezca del todo descifrado. No hay en ellos efectismos sonoros, pero sí las imágenes y tonos convenientes para hacerlos del todo inolvidables. Dámaso Alonso observó la lentitud del segundo verso, en contraste con “el arrebato” del tercero. Ese mismo salto fue para Guillén la señal de una revelación…

El poeta Antonio Deltoro encontró en Lezama (era previsible), alusiones no tan veladas a la cetrería de las Soledades. También las ubicó en alguien “tan poco gongorino” como Eliseo Diego. Estoy seguro de que si seguimos sus pistas, podemos toparnos con nuevos ecos y reflejos de esa metáfora que remite a alcándaras y que a mí me lleva a la memoria de Federico II de Suabia, ducho en la caza con neblí, tratadista del tema en nobles infolios y mentado en su tiempo como “el estupor del mundo”.

Dejo a Deltoro el placer de decir las versos formidables. Están acá, en este párrafo suyo, en el que saludó a todos sus cofrades:

“El que repite estos versos no sólo hace que nazcan de nuevo, pertenece a una comunidad. ¿Cuántos ahora mismo en este planeta
estarán repitiendo: ´Aunque ociosos, no menos fatigados, / quejándose venían sobre el guante/ los raudos torbellinos de Noruega´. Entre ellos estás en este momento, también tú, amable, aunque ocioso lector".
 
Bienvenidos a la comunidad de esos versos.

P.D: El ensayo de Antonio Deltoro de donde tomé el párrafo citado, lo leí en el número 260 de la revista Vuelta (julio de 1998).

martes, febrero 12, 2013

Eugenio Trías y la dispersión

 
Comienza a sonar Beethoven. Su hora está llegando. Sobre la mesa, varios libros de Eugenio Trías. Afuera, poca brisa y luz bastante. Pienso en la renuncia del Papa y me parecen impecables su gesto y su latín. Creo que volveré pronto a las páginas de su bello y particular Jesús de Nazaret. Por lo pronto, pan tostado y café. Le subo a Beethoven el sonido y leo estas palabras del filósofo:

“Es el momento de mayor felicidad del día, lo descubrí este verano (…). En el tocadiscos, el Septimino de Beethoven. Lo escucho cada día, por la mañana. Me da ganas de vivir. Parece muy frívolo y no lo es nada. Es un Beethoven joven, recuerda mucho a Haydn o a Mozart, pero es un Beethoven plenamente, y está lleno de vida, por eso le he dedicado La dispersión. Es la exaltación biológica, el despertar, el enfrentamiento con la realidad. Es muy adecuado para esta hora del día en que tengo la misma sensación que Rimbaud describe en las Iluminaciones. Estreno el mundo, tengo la vida por delante”.

Me acaba de llamar la señora Egilda para mostrarme una iguana en el balcón. Es de las grandes. Anda por aquí buscando agua. Nos oye hablar y se retira. Las hojas brillan tranquilas y observo que durante los tres días que estuvimos fuera, la enredadera aprovechó para crecer. Comienza a soplar un viento leve que me recuerda un verso de Vitier: “la brisita nupcial de la metáfora”. Vuelvo a la sala y encuentro que ya Beethoven se ha posesionado. Busco La dispersión y leo:

La poesía no es ´enseñable´. El poema sólo podemos aprenderlo de memoria y repetirlo… cantando!

No debe sorprendernos que no haya cátedras de poesía…

¿Y si en la Universidad en lugar de ´enseñar´ se cantara?”


“Memoria y deseo”, me digo en silencio.

Sé que en este instante no hay nadie más que Beethoven. 

Emmanuel Levinas y la mirada del poeta

Emmanuel Levinas
 
Pisando la dudosa luz del día, unas lúcidas y hermosas páginas de Levinas sobre Blanchot.

Vislumbres de una errancia, señales de un lugar no escrito pero que está a punto de escribirse. Se anuncia un resplandor en lo
s fragmentos. Leo y subrayo:

“…la literatura supone para Blanchot la mirada del poeta, una experiencia original en los sentidos de este adjetivo: experiencia fundamental y experiencia del origen”.// La literatura nos arroja así a una orilla donde ningún pensamiento puede arribar; desemboca en lo impensable… Eso impensable a que lleva –sin llevar- el poema es lo que Blanchot llama ser”.

El filósofo dialoga con la mirada de Orfeo y escucha su silencio.

El filósofo recorre los textos y descubre sus abismos.