viernes, junio 24, 2005

Pero el viajero que huye...


Gardel

Si bien me inclino hoy por Goyeneche, no escapo -ni pretendo escapar jamás- del tentacular mito de Carlos Gardel. Es más, creo en ese mito que disfruto de cuando en cuando recordando letras, imágenes, comilonas, caballos, ciudades, libros, tertulias y alegrías. Forma parte de mi culto privado a la Argentina, junto con Borges y Maradona, asociados amablemente por obra y gracia de mi arbitrio.

Mi Gardel doméstico o de salón, es también, un inevitable Gardel literario. Es un Gardel pasado por la mágica pluma de Julio Cortázar o figurado con desdeñoso dandysmo intelectual (no exento de secreta admiración) nada menos que por Borges. Ese Gardel sigue cantando.

Hoy quiero que lo haga en un excelente poema de un escritor de Puerto Rico (Hjalmar Flax) que copio de seguidas:

"TANGO PARA ARTURO

(In memoriam Arturo Tríaz Grimes)

1.
Querido Arturo,
estoy en Buenos Aires,
en el Museo Carlos Gardel
con una pena enorme porque no estás aquí,
ni en ningún sitio, que yo sepa.
Hace tiempo que no sé de ti.
No me has llamado,
de ninguna forma te has comunicado
con tu amigo que te extraña.
Supongo que no sabes,
que la voz de Gardel fue declarada
patrimonio de la humanidad.
La voz que ya, quizá, no escuchas
y yo sigo escuchando.
La misma voz que flota en los espacios
de este museo modesto.
Sólo la voz, la voz sin cuerpo.
Sólo el sonido: timbres y matices.
La voz que descubrimos juntos
cuando éramos niños y nos creíamos hombres.
La voz que fue creciendo con nosotros
y que sonaba cada vez mejor.
La voz de la pasión y la añoranza.

2.
El tango es una entrada sin salida,
una pasión que nunca se consuma
y siempre te consume,
un sentimiento trágico que ciñe el pensamiento,
un camino estrecho que el tiempo nunca borra,
un poema de Vallejo,
un deseo de volver al paraíso
traspasadas las puertas del infierno.
Querido hermano,
entraste y te encerraste,
y viviste tu vida como un tango
cantado por Gardel.
¿Quién sabe qué buscabas?
¿Quién sabe qué encontraste?
Sólo sé que una tarde ya no estabas,
y persisten el susto y la tristeza.

3.
Sólo decirte quiero en lo imposible,
Arturo que no estás o donde estés,
que estoy en Buenos Aires,
que estuve en el Museo Carlos Gardel,
que fui a La Chacarita y visité su tumba,
que estoy en un café
tomándome un coñac con tu recuerdo.

Hjalmar Flax

martes, junio 21, 2005

Uno de los cafés de Sartre y Simone de Beauvoir


CAFE DE FLORE

A pocos metros está otro lugar sartriano famoso: Les Deux Magots.

Y la placita, ahora con su nombre.

Sartre cumple hoy cien años


Sartre

Aunque algunos se lo hayan propuesto de manera deliberada, no es posible olvidar a Jean Paul Sartre. Así, hoy celebramos el centenario de su nacimiento y si no fuese trágico, nos reiríamos de los patéticos ex-izquierdistas del presente, que con encono indigno de cualquier causa, han querido lapidar con odio la memoria de uno de los más grandes filósofos y escritores franceses de todos los tiempos. Lo cierto es que ahí está El Ser y la Nada, exaltado críticamente hace muy poco por Eugenio Trías. Y está también La náusea, leída por los jóvenes de ahora sin los prejuicios que los viejos tenemos ante las relecturas, sobre todo, de aquellos libros que adoramos hace años. Y es que Sartre cumple cien, pero no los aparenta.

Yo tenía catorce años cuando me enteré de que había un señor diabólico en Francia que se había atrevido a rechazar nada menos que el Premio Nobel de Literatura. Desde ese día comencé a indagar por su obra y sus ideas con voraz curiosidad.

Algunos lo adoraban, ciertamente, pero para otras era más que detestable. Del existencialismo sólo había tenido noticias por un tipo de fiestas que organizaban algunas vecinas para escándalo de las señoras del barrio. "Fiestas existencialistas", les decían, y desde luego, si algo ostentaban de Sartre, era sólo la asociación pecaminosa que su nombre provocaba. No fui a ninguna de esas fiestas, pero sí leí La Náusea pocos años después del 64. Y me declaré existencialista, y hasta marxista de la tendencia Sartre (más tarde lo sería también de la tendencia Groucho). Celebré el prólogo a Los condenados de la tierra, de Fanon y tuve en Sartre un ejemplo de intelectual comprometido, es decir, de "mal ejemplo" permanente para las conciencias tranquilas.

Pasada la euforia del mayo francés, abandoné por un tiempo a Sartre y preferí a Camus. Ahora los reconcilio en mi recuerdo, y a cada uno le otorgo lo que yo creo que valen.

Hoy quiero rescatar unas líneas que Juan Nuño, mi maestro, trazó con imborrable tinta en un libro apasionado. El libro se llama simplemente Sartre:

"Confesar la pasión por Sartre es, ante todo, declarar la edad: generación de la postguerra, y rememorar el credo de aquella juventud: aceptar las totales consecuencias de una irrestricta libertad del hombre, responsable único ante sí, sin Dios ni amo alguno. Reconocer que, bajo más de una ceniza, la vieja pasión permanece inextinguible equivale a mostrar la radiografía ideológica: el corazón irremediablemente a la izquierda; la cabeza crítica, independiente de cualquier dogma (en especial, el stalinista), pero con el cerebro recorrido por dos virus no siempre conciliables: liberación del hombre, revolución total; el socialismo metido en los huesos; en la boca del estómago, náusea permanente por la burguesía y sus productos: capitalismo, fascismo, imperialismo y el más purulento de todos, colonialismo en cualquiera de sus mutantes formas...

Este libro es una recaída: la vuelta a Sartre. Para comprobar su irritante actualidad."

El tiempo...el tiempo pasa, así decimos todos, decimos siempre. También pasan las ideas y las cambiamos, como debe ser. Hay quienes se enorgullecen de ello (y no está mal), pero también hay quienes, de contrabando, han cambiado de ideales y de sueños, o lo que es peor, han dejado de tenerlos. De más está decir que esos seres no están invitados a la fiesta de este cumpleaños.

viernes, junio 10, 2005

La tarde perdida y recobrada


El fetichismo literario

Esa tarde Luisana se preguntaba a dónde íbamos. Habíamos dejado la avenida de Champs Elysées y tomado la calle Washington, sin rumbo cierto, hasta que nos topamos con el boulevard inmenso.

Nos quedó este registro:

La soledad del boulevard Haussmann a esa hora de la tarde.

El parecido de todas las fachadas.

La anchura interminable de la calle.

Y, por fin, tras la fatiga,

"la única ventana en la que todavía hay luz encendida",

la casa de la memoria,

el templo literario

y la foto.

miércoles, junio 01, 2005

Rimbaud en la esquina caliente

Rimbaud se asoma a una ventana del número 10 de la Rue de Buci.

Saluda a Luisana.

Me saluda a mí.

Estamos los dos en la esquina caliente del Quartier Latin.

Es 28 de mayo, día fatídico para la Comuna.