lunes, septiembre 24, 2012

Padilla de Golpe



Hoy se cumplen 12 años de la muerte de Heberto Padilla. Hace dos en la UNEY le dedicamos al llamado “caso Padilla” algunas sesiones de nuestro programa de formación docente llamado El Valor de Educar. La idea fue intentar la lectura de ese triste episodio a través de la obra poética de Padilla, en particular, de Infancia de William Blake, uno de los mejores poemas salidos de su pluma, en el que se anuncia al inspector de herejías que en su contra testificará tiempo después. Aires premonitorios cruzaron también el ambiente de nuestra pequeña universidad… Pero no vamos hoy a hablar de esa lastimosa travesía, sino a recordar nuevamente a Heberto Padilla y su lugar de origen.  

Para apoyar mi intervención en las referidas sesiones, mostré varías imágenes. En una de ellas se veía la estación ferroviaria del pueblo pinareño del poeta. Al finalizar la charla, uno de los profesores, un hombre sencillo, callado y excelente fisioterapeuta, se me acercó para decirme, casi con lágrimas en los ojos, que él también había nacido en Puerta de Golpe, y que enterado ahora de Padilla, se sentía más orgulloso de su pueblo. De esa estación salió y a ella llegó muchas veces. Ella era la Puerta para entrar a Golpe o para salir de él.  

Heberto Padilla en su bello libro El justo tiempo humano, incluyó un breve poema que hoy leo pensando en su memoria, y cuya transcripción acá dedico a mi amigo Orestes: 

PUERTA DE GOLPE

 Me contaba mi madre

que aquel pueblo corría como un niño

hasta perderse;

que era como un incienso

aquel aire de huir

y estremecer los huesos hasta el llanto;

aue ella lo fue dejando,

perdido entre los trenes y los álamos,

clavado siempre

entre la luz y el viento.
HEBERTO PADILLA
(El justo tiempo humano)

sábado, septiembre 01, 2012

El sillón del Padre Barnola

El padre Barnola

En un formidable libro sobre los jesuitas en Venezuela, que hará unos cinco meses me prestó el Dr. Emilio Urbina, encontré una hoja manuscrita y anónima cuyo contenido transcribo a continuación, por ser un pequeño homenaje a un venezolano que muchos no conocieron y otros tantos ya han olvidado. Por cierto, en el breve texto que ahora copio, conté siete modos de nombrar al Diablo, incluido el apellido renacentista que cierra la página. Acá las líneas del autor desconocido:

“Cuando le notificaron su nombramiento como miembro de número de la Academia Venezolana de la Lengua, el Padre Barnola celebró doblemente. Lo hizo, desde luego, por la honrosa distinción que recibía, pero también porque iba a ocupar el sillón marcado con la letra “B”, lo que el culto jesuita interpretó como buen augurio, dada la coincidencia con la inicial de su apellido. Pero esa alegría le duró poco. Se disipó cuando tuvo conocimiento de la sombría leyenda que rodeaba desde el siglo pasado al sillón que le tocaba ocupar: el “B” estaba terriblemente endiablado.

Todos los antecesores del padre Barnola, salvo el primero, también fueron levitas. Sobre ellos pesó la responsabilidad de mantener a raya a Belcebú dentro de los predios académicos y de evitar que del temido sillón “B” manara azufre. Dije “salvo el primero”, porque, precisamente, fue su ocupante original quien generó la siniestra conseja. Hablo de Antonio Leocadio Guzmán, a quien Juan Vicente González –no sé si con razón- siempre tuvo por auténtica encarnación del Bajísimo.
La continua sucesión de prelados en la gran silla corporativa del Maligno, fue tal vez la inconfesada triaca que los académicos tramaron para mantener en el ilustrado recinto un efectivo “vade retro”, pero algún rescoldo del Demonio seguía temiéndose…

Lo cierto es que hace 60 años accedió el reverendo Padre Barnola al “asiento de Luzbel” y comenzó su discurso de incorporación haciendo a su manera un exorcismo: habló de la superstición, nombró la soga desde el sillón del ahorcado y lo hizo sin estridencia y con humor. Después se refirió, como es ritual, a su antecesor inmediato y dedicó la parte medular de su discurso al “bellismo” de don Marcelino Menéndez y Pelayo.
Durante 34 años ejerció Barnola su función académica, sin que Mefistófeles rondara por sus predios. El padre murió en 1986 y lo sucedió un escritor seglar: Mario Torreralba Lossi. Que yo sepa, el sillón “B” quedó por completo exorcizado.

Alguien escribió:
“Bastó el padre Barnola./ Nunca más Savonarola”.