lunes, mayo 07, 2007

Notas del diario para mi nieta


03-04-07: Martes santo. Pereza, tanto para leer como para escribir.

Cuchi y yo fuimos hoy a ver coches para bebés. Resulta que desde hace unos días sabemos que nuestro nieto será nieta. Estando yo en Buenos Aires me enteré por Martín. Despejada la duda, ya podemos mirar en las tiendas la ropa adecuada. Hoy Cuchi le compró los primeros zarcillos.

¿Qué nombre le pondrán a nuestra nieta? Propongo que le pongan Federica. Me gusta ese nombre. También a Cuchi. De paso, así reivindicarían el nombre de este abuelo, que no debió llamarse Freddy sino Federico.

A Cuchi le gusta Inés.

Yo digo Adela y ella responde que Luisa Adela no está mal. Esos nombres recuerdan por azar (concurrente, desde luego) a una tatarabuela de nuestra futura nieta y a una tía tatarabuela: Doña Luisa y madrina Adela, madre de papa Paco y tía de Aída, respectivamente.

Convenimos Cuchi y yo en que lo bueno es que ambos sabrán escoger un bello nombre, y no uno de esos que dicta la moda. Cada época tiene los suyos. Hasta hace poco proliferaban las María Laura. Cree Cuchi que ahora comienzan a aparecer las Valeria, tal vez por un personaje de telenovela. Le comento, entonces, que Ramón Guillermo se adelantó en más de tres décadas porque Valeria se llama su hija mayor, más o menos contemporánea de Martín.

Si de flores se trata, por qué no poner el nombre de Cala a una hija, se pregunta Cuchi. Digo en voz alta el nombre: Cala Castillo Rodríguez. No suena mal. Creo que Cala suena bien con todo, especialmente con María. Sabemos que esta combinación tiene una carga: la de aclarar que no es María Callas sino Maria Cala. Solución: Cala María. Sin embargo, no es nada descartable María Cala.

Recordó Borges que Dante hizo una vez el juego de escribir muchos nombres femeninos (60) para esconder entre ellos el de su amada y pronunciarlo en secreto. ¿Qué nombres escribiría Dante en esa ocasión? No lo sé. Lo cierto es que decir tantos nombres para sólo decir Beatriz es un bello acto de amor. Borges, a su vez, dijo el nombre completo en El Aleph. Memorablemente exclamó: “Beatriz, Beatriz Elena, Beatriz Elena Viterbo, Beatriz querida, Beatriz perdida para siempre, soy yo, soy Borges”.

Y ya que mencionamos a Borges, no está mal el nombre de Estela. A Estela Canto dedicó Borges el famoso relato donde aparece la conmovedora declaración de amor que acabo de citar y cuyo primer párrafo es el mejor comienzo de cuento que se haya escrito jamás en cualquier idioma.

Por la “E” de Estela me acuerdo de Elisa (“Elisa, vida mía”, verso de Garcilaso que le sirvió a Carlos Saura para titular una película) y también de Elena que, con “H” o sin ella, nos lleva a Troya y a Homero.

Siguiendo con la “E”, el nombre de Eloisa es, sin duda, el que me gusta más. Me recuerda a Eloísa, la de Abelardo y toda su leyenda amorosa, pero también a Eloísa, la hermana de mi tío abuelo Abelardo, nombres que –por usarlos para sus hijos- convirtieron a Valentín Castellanos en el más interesante de mis bisabuelos.

Los nombres de Estela, Elisa y Elena permiten fácilmente compañía. Eloísa se basta a sí mismo.

Creo que el nombre de Cecilia siempre suena bien. En todas las épocas ha sonado bien. No en balde tiene mucho que ver con la música. Solo o acompañado, es un nombre bello, impecable, intemporal y femenino.

Y hablando de música, ¿cómo olvidar a Filomena, el ruiseñor o la ruiseñora?

Quedan siempre los viejos nombres de Inés y de Isabel, solos o en compañía, breves y totales.

Y también los de Juana y de Manuela, que, juntos, no se reponen todavía de su fuerte carga masculina, a pesar de que así se llamó una escritora argentina, según algunos la mejor narradora hispanoamericana del siglo XIX: Juana Manuela Gorriti.

Le haré llegar estas chocheras de abuelo a Martín, con la libertad que me da el hecho de que tanto su personalidad como la de María Antonia están por encima de cualquier intromisión (o supuesta tal) en un acto tan bello y personal como es el de darle nombre a los hijos.

No le haré llegar estas chocheras de abuelo a Martín.