martes, junio 10, 2008

Botánica funeraria

La Recoleta

Hay una rama de la botánica de cuya existencia tuve noticias leyendo las espléndidas memorias de Joan Perucho: la botánica funeraria. Con motivo de una visita suya al Père-Lachaise, Perucho destaca la belleza de la decoración vegetal del famoso cementerio y recuerda a su paisano Celestí Barallat, a quien llama “el primer tratadista del mundo en botánica funeraria”.
Según Barallat, las plantas aspiran las emanaciones pútridas y purifican el aire. Pero no son sólo sus hojas las encargadas de esta limpieza fúnebre. También las raíces hacen lo suyo: “se dirigen siempre hacia el lado de las tumbas, llegan hasta perforar los ataúdes y se ocupan incesantemente en absorber los productos de descomposición a medida que se forman, librando de este modo la superficie del suelo de sus perniciosos efectos”. Perucho nos informa que esto lo escribió Barallat en su libro Principios de botánica funeraria, publicado en Barcelona, en 1885.
Barallat i Falguera “era abogado, erudito sensible que llegó a ser miembro y secretario de la Reial Academia de Bones Lletres de Barcelona y miembro de la Junta de Cementerios”. Murió, según la ley fatal del azar concurrente, el día de los difuntos del año 1905. Aunque parezca una genial invención de Joan Perucho (fundador junto a Gimferrer de una “Academia de Ficticios”), Celestí Barallat existió para mayor gloria de los jardines lóbregos.

P.D: Joan Perucho, a su vez, es autor de una "Botánica Oculta", deliciosa y mágica.

sábado, junio 07, 2008

Valente y la tarde

"Esas amapolas, esas...". Guillén

La tarde se parece a un poema de Valente,
por la luz que se cuela entre las hojas,
por el agua que está lavando sin prisa esta mirada.

Un eco aquí de las tristezas nuestras

El Greco. Retrato de Paravicino

Luis Cernuda le habló un día a Fray Hortensio Félix Paravicino.
El encuentro de estos dos españoles del exilio eterno tuvo lugar en Boston.


Luis Cernuda le preguntó:
“¿También tu aquí, hermano, amigo,/ maestro, en este limbo?”.


Después fue recreando el paisaje que el fraile contempla
desde el instante en que el Greco dio por concluido su retrato portentoso:


“...aquel paisaje bronco
de rocas y de encinas, verde todo y moreno,
en azul contrastado a la distancia,
de un contorno tan neto que parece triste”.


Los dos exiliados intercambiaron ausencias.


Cerró el encuentro un verso inesperado:


Un eco aquí de las tristezas nuestras”.


Y ahí, en esa frase,
quedaba dicho todo.