sábado, mayo 20, 2006

Todos parecían, pero ninguno era


Parque. Tigre.

Estoy de nuevo en el Dora. Comeré solo. Martín y Maito están fuera de Buenos Aires. Ya ordené bife de chorizo. Mejor dicho, medio bife de chorizo, a sabiendas de las inmensas raciones porteñas. Lamenté mucho haber devuelto dos medias botellas de vino. Pero no estaban bien. Eran de la bodega López, cosechas 1998 y 2000. Ahora bebo con deleite un estupendo -aunque algo alcoholoso- Trumpeter de la familia Rutini, merlot, cosecha 2004. Por estos detalles ya me estoy pareciendo a mi querido amigo Tecnorrante, pero Israel (y Tecnorrante mismo) no me perdonarían que los omitiese.

Buenos Aires es una ciudad pródiga para nuestra manía de encontrar parecidos en la calle. Así, Martín y yo hemos visto en estos días a muchos amigos y conocidos nuestros. Vimos hace poco a Walter Rodríguez y detrás de él, casi corriendo, al catire Hernández. Y lo más increíble, detrás del catire venía Stefania Mosca. Lo aseguro. Martín fue testigo. Los tres en la misma cuadra. Ocurrió en la calle Corrientes, cerca de una de las formidables librerías Hernández.

También vimos a Guillermo Morón (ya esto es el colmo del azar concurrente) despachando cervezas en la barra del Senior Pub, muy cerca de la casa de Ivonne Bordelois.

Todos los días en la calle Paraguay, entre Florida y San Martín, saludamos a Rafael Arráiz Lucca, quien nos mira imperturbable desde una foto de los años veinte.

Manuel Azaña estaba –lo juro- en el restaurante Münich de La Recoleta. Era el más viejo de los mesoneros de ese estupendo lugar. Lo fotografiamos a placer mientras servía en una mesa de españoles que no se enteraban de nada.

Hemos visto a Acosta Bello dos veces y muchas a Victoria Ocampo. Martín me preguntó un día: ¿Es que estamos en Comala? Anoche, por cierto, vimos a Ernesto Sábato entrando lentamente al mundo de los inmortales. En serio, lenta y literalmente, Sábato entraba a Los Inmortales de la calle Corrientes. Y se sentó cerca de nosotros, pobres mortales que engullíamos sabrosas pizzas y cervezas frescas.

Una noche vimos a Félix Valderrama escuchando canciones de Sabina. Y yo no me canso de ver a Pichuco por casi todas las calles y a Elsa Camiya en una sola, pero siempre en el mismo sitio: frente a la confitería Richmond, en Florida.

Vi a Arturo, vecino nuestro de Arca del Valle, manejando un taxi, y a su esposa Cristina haciendo cola para entrar a la Bombonera. Y estoy viendo ahora a Omar Porteles. Es mesonero en este restaurante. Su estatura parece la de Eduardo Anzola, pero no es Eduardo Pionono Anzola. Es, definitivamente, Omar Porteles. En este momento me saluda. Ya lo habíamos visto el 31 de diciembre y se nos había parecido en algo a Maradona.

También vi a Rafael Salvatore caminando por Florida ayer y por Corrientes hoy. Para mi sorpresa resultó que era, en verdad y en ambas ocasiones, Rafael Salvatore. Por lo menos eso parecía. Mejor dicho: No parecía. Era.

También hemos visto a Alejandro Oliveros en casi todos los libros de Oliverio Girondo. Creo que hemos visto a Oliverio Oliveros y a Alejandro Girondo. No sabemos ya quién es quién en los retratos. Y hemos leído sus maravillas:

“¿Surgió de bajo tierra?/ ¿Se desprendió del cielo?/ Estaba entre los ruidos,/ herido,/ malherido,/ inmóvil,/, en silencio,/ hincado ante la tarde,/ ante lo inevitable,/ las venas adheridas/ al espanto,/ al asfalto,/ con sus crenchas caídas,/ con sus ojos de santo, / todo, todo desnudo,/ casi azul, de tan blanco.// Hablaban de un caballo./ Yo creo que era un ángel.

El primero de enero vi a Daniel Herrera Zubillaga. Conducía un taxi que me llevó hasta Tigre para buscar el lugar donde se suicidó Lugones. Al día siguiente Martín me advirtió que Luis Alberto Crespo (primo de Daniel Herrera, por cierto) se encontraba en una mesa del Florida Garden. Leía La Nación y tomaba jugo de naranja.

Omar Porteles me acaba de decir que vive en Lomas, pero que el 31 estuvo en El Pilar, comiendo y bebiendo con su familia. Me ha traído la carta de postres y yo decido sin mirar mucho: sabayón con higos. Mientras me lo trae, me percato de que sólo tres mesas permanecen ocupadas. En una de ellas John Gielgud está terminando de cuadrar un negocio. Enciende un tabaco. El próximo lunes le llevarán tres millones de los seis acordados con mi amigo Eduardo Pérez, el morocho que lo acompaña en la mesa. Ninguno de los dos se ha percatado de que yo he seguido casi todos los detalles de la coima.

Ya Omar Porteles me ha traído el postre. Y concluyo.

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Un saludo

Henry S. dijo...

Muchisimas veces ví a Julio Cortázar perdir dinero en la puerta de un restaurant cercano a mi casa. Tantas veces le ví que un buen dia me acerque y se lo dije. Sonrió y nunca mas le he vuelto a ver.

Tecnorrante dijo...

No te había perdonado, en silencio, la falta de detalles vinícolas en todas tus anotaciones, ahora me va gustando más este diario, jejeje.

Devolver una botella es un acto triste, cierto, sobretodo por la cara de los mesoneros ¿será que se los descuentan? Pero es que hay tanto restaurante que maltrata sus vinos que últimamente he preferido pedir cerveza (que nunca es maltratada) en muchos sitios donde como.

Tengo que probar ese Rutini.

Tienes que probar el Albarei. ¡Que bueno está ese albariño!

(por cierto, el Turco Najul vende cervezas y sirve tapas en un barcito del malecón acá en Santo Domingo. Lo veo con frecuencia, pero él hace como que no me conoce)

Anónimo dijo...

Estoy seguro de que se trataba de Julio Cortázar, querido Henry. Y no me cabe la menor duda, Tecnorrante, de que el vendedor de cervezas dominicano (sobre todo por la venta, más que por las cervezas)es el Turco Najul.

Un abrazo a ambos

Guy Monod dijo...

La memoria prodigiosa de Henry S. con certeza guarda el recuerdo de una madrugada en la que Julio Cortázar nos sirvió unos sánduches de lomito con salsa de pimentón en el Complejo Ferial de Barquisimeto.

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Hace algunos años, en Madrid, Tobías Cienfuegos y yo vimos sentado en un banco a un anciano increíblemente parecido a Borges. De inmediato Tobías desenfundó su Nikon F3 para conservar una imagen tan curiosa. Pero no pudo tomar la foto: como si un sexto sentido lo hubiera alertado, el viejo se levantó y se marchó caminando, mientras movía su bastón de un lado a otro.

¡Era ciego!

el pajaro guarandol dijo...

A la foto que ilustra tu nota le falta un "punto" para ser una pintura de Seurat. Un saludo

Biscuter dijo...

¡Qué gusto tenerte por acá!

Saludos, Pájaro Guarandol.

Martín dijo...

Esta tarde vì a Bryce Echenique en un autobùs, de piè porque estaba muy lleno, en la calle principal de Las Mercedes, creo que iba al Tolòn a encontrarse con Fèlix para comprar medias blancas.

Biscuter dijo...

Los Medias Blancas de la literatura son Bryce, Félix, Guillermo Sucre y...

Anónimo dijo...

Me llamó mucho la atención éste escrito, por cuanto me llamo Omar Porteles Hijo, supongo que el escrito se refiere a mi padre, pero en realidad tengo la duda.
Me la puedes responder?

Biscuter dijo...

¡Claro, Omar Alejandro! La nostalgia por el país nos lleva a ver parecidos como los que enumera este post. Me referí, efectiva y afectuosamente, a tu padre, mi amigo y ex vecino Omar Porteles.

Un saludo cariñoso.