lunes, julio 09, 2012

Las facturas de Martín

Nan Goldin almorzó en El Rosal

La mirada subvierte y rediseña. A veces, es sólo el azar concurrente. Otras, la imaginación cuando trasmuta (y transmite).
Son diversas cosas las cosas cuando esa mirada interviene. 
Con sistemática ironía, la conversión conceptual de los objetos se devora a sí misma.
El efecto Duchamp dura un instante, aunque ese instante sea eterno. No hay segundas ediciones. No se corrige ni se amplía. Sólo perdura el aleteo de los exégetas.
Muchísimas son las variantes, utilitarias o no, del papel escrito. La factura que un restaurante le expide al cliente, por ejemplo, puede tener un importante destino contable o servirle a un economista para ilustrar el tema de los precios en tiempos de inflación. Pero, quién quita que también le sirva a un fotógrafo para homenajear a sus creadores predilectos. Podría estar, de paso, deslizando una amable referencia a aquellos seres –muy frecuentes en el mundo del arte- que para afamar su carrera aprovechan cualquier encuentro con celebridades.
En estas cosas pensé cuando vi el interesante trabajo de Martín Castillo Morales en LA CACRI¬-Caracas. Me consta que Martín no es, precisamente, un namedropper (menos aún Olivia, que se negó a ser fotografiada al lado de María Kodama), pero, como a mí, creo que le divierte el legendario autobombo –casi siempre con base cierta- de algunos simpáticos artistas de esta tierra…
Celebro más, sí, la base cierta de la admiración, así como la mirada que sabe transmutar lo cotidiano.
Por eso mi elogio a estas facturas de Martín, que son, como diría Octavio Paz, un gesto. Nunca una gesticulación.

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