domingo, enero 28, 2007

Las piernas de Debra


Acabo de ver una película vieja, de esas que pasan en un canal de cable que se dice clásico. La película era River`s edge (Al borde del río) con Anthony Quinn, Debra Paget y Ray Milland. Debo confesar que las piernas de Debra me parecieron verdaderamente tentadoras. Al comienzo de la película esas piernas se roban la cámara. Constituyen un prólogo sensual, un anuncio de belleza fogosa para el voyeur que somos todos, o casi todos. Debra Paget es, sin duda, el centro en el inicio de este viejo filme. Cuando apareció con sus ceñidos pantalones cortos debió provocar requiebros de color subido en las diversas localidades del cine Bella Vista, si es que pasaron esta película en esa bullosa sala de mi infancia. Una escena cruel cierra el comienzo seductor: Debra está bajo la ducha. La abre. Entrevista por nuestro afán de mirones que la saben totalmente desnuda, Debra empieza a dar gritos porque en lugar de agua le está cayendo una espantosa lluvia de barro. La pelirroja pide auxilio y entra su marido, Anthony Quinn, un granjero bueno que se ha casado con esta ex-presidiaria ligada a un delincuente (Ray Milland) de marca mayor. Y sigue la película, ésta sí, menor (y sin ninguna aspiración de no serlo), pero elemental y grata, hasta que -si se me permite la metonimia- Anthony Quinn toma unas piernas en sus brazos.

lunes, enero 15, 2007

En un cuento de Zúñiga

Juan Eduardo Zúñiga

En un relato de Zúñiga un judío renegado teme que su sobrino se presente de un momento a otro en su casa de Madrid, donde vive con una mujer joven y atractiva. Según la ominosa información que había recibido, el sobrino vendría de Praga y quiere ser escritor. La angustia del tío crece cada vez más. Ya se lo imagina caminando por el andén de la estación de Atocha. Ya siente que perderá a su mujer. Ve la figura del sobrino como quien percibe la llegada de la muerte. Finalmente, el indeseado visitante no llega ni llegará nunca. Su tío recibe una carta donde la familia le da cuenta de la tuberculosis que está matando al sobrino. El sobrino se llama Franz Kafka.

domingo, enero 14, 2007

Un episodio de Borges vivido por Alazraki

Julio Cortázar trabajando

El investigador busca en todas las bibliotecas de Buenos Aires la revista Huella, cuyos dos únicos números se publicaron a comienzos de la década del cuarenta. Presume que en uno de ellos fue incluido un ensayo de Cortázar sobre Rimbaud.

De manera obsesiva, Jaime Alazraki trata de conseguir ese ensayo. El dato, que tomó de un libro de Graciela de Sola, le indica que se encuentra en el número 2 de la revista Huella, que antes se llamó Canto, pero ninguno de los catálogos de las grandes bibliotecas porteñas registra la revista. Luego de numerosas pesquisas infructuosas, Alazraki llega a creer que está protagonizando una nueva versión de la enciclopedia de Tlön. Alguien le jugó una broma, piensa. Y ya a punto de desistir de su inútil empeño, obtiene una información que estima confiable: la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires tiene en su colección la revista. Hasta allá se dirige Alazraki y encuentra, por fin, el inalcanzable número 2 de “Huella”, su santo Grial de investigador cortazariano. Revisa de inmediato el índice, una y otra vez, hasta sentir un vacío letal: no está allí el mítico ensayo del cronopio. Piensa que tal vez hubo una omisión en el sumario y busca, entonces, entre sus páginas. Nada. No está. Definitivamente, todo ha sido un invento.

Decepcionado y a punto de partir se percata de que le hace falta darle una mirada al número 1 de la revista. La bibliotecaria había tenido la iniciativa de traérselo y el profesor Alazraki lo abre en este instante, tal vez por la mecánica curiosidad del investigador que no deja escapar papel alguno que el destino ponga en sus manos. Para su asombro absoluto, como en un escondrijo, a cubierto de eruditos insaciables, allí está esperándolo el espectral y escurridizo Rimbaud de Julio Denis.

Por fortuna, Alazraki, conocedor como es, especialista como es, se encuentra al tanto de que Cortázar esa vez firmó con su célebre pseudónimo.

(Fuente: Jaime Alazraki en el volumen de Rayuela publicado por la colección Archivos)

viernes, enero 12, 2007

Los cien años de Frida

Ofelia Medina, de nuevo Frida
Este año es el centenario de Frida Kahlo. Ojalá sea también la ocasión de superar la copiosa banalidad que ha pretendido apropiarse de su memoria y de mitigar el tentacular negocio que ha convertido su nombre en una marca y que, por supuesto, prohija lo primero.
No abrigo muchas esperanzas.
Sin embargo, leo acá
que Ofelia Medina ha vuelto con Frida. Esta no vez no sólo actúa. También dirige. El espectáculo, como verán en la página del enlace, se presenta en Coyoacán, en la casa del Indio Fernández y parece que le hace verdadero honor a la genuina Frida, a la que vivía en Coyoacán, a la "ñángara", a la trotskista.
Recordándola a ella (y a Trotski, algunas de cuyas páginas he estado visitando estos días), me he animado a curiosear acerca de este nuevo especáculo "frideano". Copio:
"Cada quien su Frida es un espectáculo lleno de algarabía y sufrimiento, creado por la actriz Ofelia Medina.
Con madurez en su trayectoria profesional, nos muestra rostros de Frida Kahlo poco tratados. Por fin podemos verificar en escena una Frida comunista, revolucionaria, mexicana hasta los huesos, coja, marcadamente dependiente de la morfina, muchas veces al límite de la locura, malhablada, alburera, bien `corriente`, sin ínfulas de ` artista`, `intelectual` o muy acá.

Ocurrente, muy creativa, tan alegre, tan su-frida y tan ella al mismo tiempo.
Ofelia Medina interpreta a la Frida madura y la acompañan Miriam Balderas como la Frida muerta y Teresa Ruiz como la joven, con buenas actuaciones y maravillosos trajes mexicanos originales, tejidos a mano; un deleite para los ojos".
(Crítica de Estela Leñero Franco. Revista Proceso)

miércoles, enero 03, 2007

Una sextina



SEXTINA DE LA ARENA

Me habita en esta hora una extraña
sensación de duda. Es tal vez la
misma sensación que de sorpresa
me tomó una inolvidable tarde en
el diciembre del noventa. Sobre este
mismo sofá miraba feliz el cielo.

Extraña la sorpresa en este cielo,
dijo Lezama desde su extraña
y morosa obra barroca. Al Este
resuenan sus imágenes. Es la
oscura pradera que convida en
la efusiva tarde a otra sorpresa.

Esta vez he percibido la sorpresa
que llega desde un antiguo cielo,
desde una vieja trashumancia, en
seres que aún habitan la extraña
estación de los fulgores. Con la
arena y sus recodos del Este

han llegado. Sopla viento del Este
lejano, con su armonía, su sorpresa
verbal y sus silencios. Ensaya la
palabra idónea bajo el cielo,
la repite al ritmo de una extraña
melodía. Es una invocación en

clave solitaria. Unos hombres en
ella trazaron la noche del Este,
de la que conocen su grafía extraña,
pero nunca indescifrable. Sorpresa
no existe para ellos en el cielo,
(lo leen de memoria), sino en la

infinita y tenaz arena, en la
escritura efímera y viva, en
sus pasos invisibles. El cielo
y sus letras no son el Libro. Este
se encuentra, pleno y de sorpresa,
en una piedra, en la menos extraña.

Dijo Lezama: “Extraña sorpresa”,
leyéndola en el cielo de La Habana.
Otros en el Este leen: Piedra y Nada.