miércoles, abril 12, 2006

Salvador Elizondo in memoriam


Salvador Elizondo. Foto de su esposa,
nada menos que Paulina Lavista.

El pasado 29 de marzo murió el escritor mexicano Salvador Elizondo. Me enteré anoche revisando el suplemento literario de La Jornada. En agosto del año pasado yo había bajado de la biblioteca todos los libros de Elizondo que tengo. Los agrupé para leer algunos que no había leído y releer el resto. Esto último lo he hecho en varios oportunidades con Farabeuf y El Hipogeo Secreto, que me parecen novelas magistrales. Esta vez El Grafógrafo ocupó mi tiempo de relectura y me topé, por fin, con Camera Lucida, un conjunto de artículos y discursos, donde el ensayista Elizondo no deja nunca de ser el narrador Elizondo. Volví a unas páginas de Cuaderno de Escritura y a otras de Farabeuf y nuevamente me acordé de mi amigo Juan Arcadio Rodríguez, a quien esta novela le parecía excelente por su incursión en las áreas más crueles del placer. El mismo día que Juan me habló de ella proyectó en su cine-club El Jardín de los Suplicios, una película francesa basada en una obra de Mirbeau. Seguramente nuestra conversación sobre el film nos llevó al suplicio llamado Leng Tch’e o de los Cien Pedazos, descrito memorablemente en Farabeuf con una fotografía que ilustra el momento en que le es aplicado a un magnicida. Previsiblemente hablamos también de Bataille.

Pude haber visto a Elizondo en el año 81 cuando fui a México, pero no di con el lugar donde anunciaban una conferencia suya. Creo recordar que se trataba de un lugar algo siniestro. Mejor dicho, creo recordar que me imaginé que se trataba de un lugar algo siniestro, una especie de sala sombría del centro de la ciudad. Lo cierto es no fui o no pude ir. Tal vez Carmelina hizo alguna advertencia de peligro que Cuchi y yo acatamos. Lo que sí hice fue comprarme todos los libros de Elizondo que conseguí. Cuando anoche me enteré de su muerte no me fue difícil dar con ellos. Los tenía en uno de los estantes del pasillo. Ahora mismo abro El Grafógrafo, citado en alguna oportunidad en este blog o en Isla de Robinson. Lo abro y leo el texto maravillosamente metaescritural que le dedicó a un ilustre grafógrafo mexicano llamado Octavio Paz:

Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir que escribo y también puedo verme ver que escribo. Me recuerdo escribiendo ya y también viéndome que escribía. Y me veo recordando que me veo escribir y me recuerdo viéndome recordar que escribía y escribo viéndome escribir que recuerdo haberme visto escribir que me veía escribir que recordaba haberme visto escribir que escribía y que escribía que escribo que escribía. También puedo imaginarme escribiendo que ya había escrito que me imaginaría escribiendo que había escrito que me imaginaba escribiendo que me veo escribir que escribo.

Leo rápido y me recuerdo leyendo estos versos de Octavio Paz:

El muchacho que camina por este poema,

entre San Ildefonso y el Zócalo,

es el hombre que lo escribe.

Así también, Salvador Elizondo fue el autor de El Hipogeo Secreto, una novela donde un autor llamado Salvador Elizondo intentó escribir una novela titulada El Hipogeo Secreto.

Cuenta Elena Poniatowska que del “chato” Elizondo se decía que era un genio. Seguramente lo sigue siendo y desde cualquiera de sus páginas continuará deletreando a sus lectores.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Farabeuf me exaspera. Me quedo con El Grafógrafo, con cuyo colofón te acompaño ante la muerte del autor, cuya admiración por Joyce siempre reconocí como signo de su inmensa ianteligencia:

"La muerte es la operación del espíritu por la que tú, lector, y yo, autor de esta escritura, perdemos la importancia; aun si nuestra relación queda incólume".

Saludos

Anónimo dijo...

Gracias por recordar a este gran prosista tan escasamente conocido fuera de nuestras fronteras. O así lo creí hasta que he leído tu texto que con emoción aprecio.

Salvador Elizondo. STTL.



Saludos...